El comercio exterior de un país es una avenida de dos sentidos. Lo conforman tanto las mercancías que ingresan como las que salen al exterior por las aduanas de manera lícita.
En el modelo estándar de intercambio mercantil que se ha
venido imponiendo en el mundo, por ser el más eficiente y que mayor bienestar
trae a los países que lo practican -la apertura comercial- las importaciones y
las exportaciones tienen cada vez menos obstáculos institucionales, resultado de
la instauración de una economía con fronteras crecientemente más porosas y un
aumento de la interpenetración de las distintas actividades productivas, entre
ellas, las cadenas globales de valor, que hoy representan, según la OMC, el 80%
del comercio mundial.
La fluidez de este tráfico, obviamente, depende de muchos
factores. Y visto desde un país en concreto, obliga a evaluarlos.
El relativo al régimen de cambios vigente es crucial. Es él
el que regula los pagos y movimientos de capitales que deben ser efectuados
derivados de las compraventas internacionales y las inversiones
transfronterizas.
La garantía de la libre convertibilidad de la moneda nacional,
contemplada en toda ley, es crucial para la realización de las operaciones de
comercio internacional.
Una empresa nacional o extranjera que precise de la
importación de materias primas para la
elaboración de un producto cualquiera que vaya a vender en el propio
mercado o en el exterior, requiere de divisas extranjeras.
Queda claro que no poder acceder a ellas condena a la empresa
a su cierre, a menos que disponga de divisas fuera del país, lo cual puede ser
un recurso provisional o de emergencia, pero, sin duda, insostenible de manera
permanente.
Las empresas domiciliadas en nuestro país, en general, están
experimentando, en esta materia de cambios, una situación calamitosa, absurda.
La libre convertibilidad no es una realidad en nuestro país. En tales
condiciones es imposible producir y mucho menos competir en los mercados
exteriores.
El control de cambios, convertido en Venezuela en un régimen
kafkiano, aberrante, se ha erigido en barrera casi infranqueable que ha ido
desmantelando el aparato productivo y transformando el otorgamiento de divisas en
un pozo de pestilente corrupción.
¿Cómo satisfacer la demanda del consumidor nacional? ¿Cómo
exportar sin disponer libremente de dólares para importar materias primas,
insumos, maquinarias, tecnología o partes? ¿Cómo ser competitivos con esa
desventaja? ¿Cómo conquistar mercados? ¿Cómo sobrevivir?
El gobierno, de tiempo en tiempo, habla de estimular a los
exportadores no petroleros; sin embargo, con su política macroeconómica
equivocada e incoherente, neutraliza cualquier medida aislada hacia ese sector,
haciéndola estéril.
Las empresas que importan para cubrir el consumo del mercado
nacional, han ido desapareciendo por los absurdos controles y obstáculos
legales.
Al control de cambios lo han vuelto un estorbo formidable a
las distintas actividades productivas.
Esa medida restrictiva, que en su momento de implantación no
tenía razón de ser, ni ningún fundamento económico, ha conducido a una
situación insoportable para los venezolanos, una vez que han mermado las
reservas internacionales por causa del derrumbe de los precios petroleros. La
escasez, el desabastecimiento y la inflación son sus consecuencias directas.
Otro efecto es la pérdida de la confianza y la credibilidad comercial ante el
mundo, incluido inversionistas potenciales.
Hace unos cuantos años dijimos que el control de cambios era
una medida con objetivos políticos, y que la justificación que daba el gobierno
para tomarla era una artimaña. Ni la inflación fue conjurada, ni la huida de
capitales frenada. Voceros del gobierno, sin empacho, han admitido tal
propósito político, y ya sabemos quiénes han sido los que se aprovecharon del
control de las divisas extranjeras.
El comercio exterior de Venezuela, en esas circunstancias
lastimosas, no puede contribuir al crecimiento y el desarrollo del país. Ningún
bloque de integración sería aprovechado, por muchas ventajas que pueda ofrecer.
La economía no puede estimularse bajo tales restricciones, las importaciones se
han derrumbado en un 50% desde el 2014, y con la caída estrepitosa de las exportaciones
no petroleras en un 41% respecto del pasado año (Cepal), la gran mentira que acaba
de decir el Presidente Maduro sobre la “cifra récord” que habrían alcanzado
este año, queda al descubierto.
Para alcanzar un lugar digno en el mundo del comercio
planetario de hoy, Venezuela tendría que disponer de políticas económicas diferentes
a las presentes, sobre todo, en momentos en que nuevos acuerdos comerciales
transoceánicos se abren paso a los cuatro vientos. Dejar de depender
exclusivamente del petróleo y potenciar exportaciones no petroleras es alcanzable,
tenemos cómo hacerlo. Pero todo pasa por cambiar las políticas y a un gobierno
inepto y mentiroso.
EMILIO NOUEL V.
@ENouelV
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