“La
América quedó convertida en una colección de islas,
en
un archipiélago, y si el vecino supo del vecino fue para
el solo efecto de armarle pleito de
fronteras”
Germán Arciniegas
Las controversias
por límites geográficos no han faltado en nuestro continente y ellas se
remontan a los tiempos primeros de la independencia. El puro y duro impulso por
controlar territorios no pocas veces era justificado con el mentado uti
possidetis juris.
EEUU
y México, la Gran Colombia y Perú, Costa Rica y Panamá, Honduras y Nicaragua,
Brasil y Argentina, Paraguay y Bolivia, Argentina contra Perú y Bolivia,
Venezuela y Colombia, y paremos de contar.
La
época de los discursos sobre un destino común, “la unidad americana”, “la
patria es América”, “América para los americanos”; los tiempos en
que anglos e hispanos compartíamos ideales de libertad y autonomía frente a
Europa en los círculos conspirativos de masones de Caracas o Pensilvania, ya
habían quedado atrás.
Como
diría Arciniegas, el mundo americano comenzó a encogerse con la misma
naturalidad con que se había desdoblado algunos años antes. La “rebeldía
universal” encarnada en hombres como Viscardo, Miranda, Jefferson, San
Martin o Hamilton, se transfiguró en los países latinoamericanos, una vez
alcanzada la independencia, “en polémica de machetes entre la libertad y el
orden interno de las pequeñas repúblicas”. Generales y soldados
volvían de la guerra para convertirse en caudillos que se mostraban al mundo
agresivamente como “soberanos”, en dueños absolutos de bienes y personas
de sus comarcas; la visión estrecha de parroquia se imponía.
De
aquellos vientos vinieron los lodos presentes en materia de linderos que
separan a países supuestamente “hermanos soberanos de la libertad”, como
rezaba aquel himno de la infancia que inflamaba nuestros ingenuos corazones.
Algunos
diferendos se han resuelto, otros siguen vivos, como el de Chile y Bolivia.
Venezuela tiene pendientes dos, cuyas resultas aún están por verse.
En
estos asuntos, el gobierno venezolano actual, como en casi todo lo que toca, no
hace más que chapuza. Ignorancia, dejadez, improvisación, falta de
profesionalismo, torpezas y conveniencias de política internacional, todo un
catálogo de desidia y entreguismo.
Los
gobiernos de la democracia civil se comportaron de forma diametralmente
opuesta. Fueron diligentes, y desde el punto de vista técnico, solventes.
Defendieron con firmeza los intereses de la República.
En
el manejo de lo de Guyana, el gobierno chavista ha significado años de
indolencia rayana en la traición, si a los códigos de conducta de los que están
en el poder nos acogemos.
Basta
leer a los especialistas para constatar una performance lamentable, que por
presiones de los que realmente gobiernan en el país, los militares, se han
visto remolcados a una rectificación que pretenderían usar electoralmente.
Pero
los problemas limítrofes, si bien importantes, de alguna manera se “diluyen” si
nos colocamos en otra perspectiva. Particularmente, la de la cooperación e
integración económico-comercial de los países. Soy de los convencidos de que en
la medida en que nos pongamos de acuerdo sobre asuntos crematísticos, el tema
de linderos nacionales pasa a un segundo plano o toma un curso de arreglo satisfactorio para las
partes en pugna.
La
integración comercial colombo-venezolana, iniciada a partir de la Comunidad
Andina, hizo que el debate sobre el Golfo se volviera menos presente o
determinante en las relaciones bilaterales, a pesar de la posición de ciertos “halcones”
de lado y lado.
Sé
que ésta es una opinión polémica, y no faltará quien me señale de idealista comeflor
que no ve el mundo de leviatanes egoístas, voraces e implacables que nos
rodean.
Quienes
ven estos litigios sólo desde el ángulo de las soberanías territoriales, de las
líneas demarcatorias o las coordenadas, sin reparar en que algunas soluciones
viables podrían venir por la vía de compartir, mediante una negociación
pragmática, los beneficios que se generen en las zonas en discusión, pueden
estar colocando a sus países, en el mejor de los casos, en el camino de
eternas, costosas y nacional-xenofóbicas disputas, o en el peor: la
guerra.
En
un mundo cada día más poroso y abierto, de sociedades interpenetradas, en
el que las fronteras político-territoriales y culturales van dejando de ser
obstáculos insalvables para convertirse en espacios fluidos, insistir en
querellas principistas, no realistas, sobre límites controvertidos y dudosos
entre países, es condenarse a perder inestimables oportunidades de bienestar de
las poblaciones involucradas mediante soluciones equitativas y racionales,
como diría Consalvi, y de consolidación de la paz.
Lo
dicho no implica, por supuesto, que cuando nos asista un derecho indiscutible y
claro, renunciemos a él. Pero cada caso tiene sus particularidades.
Sólo
llamo la atención sobre la perspectiva tradicional y hasta dogmática de los
puntos y rayas, o la de las llamadas fronteras
emocionales, que se apartan de soluciones prácticas, sobre
todo, cuando los elementos jurídicos y fácticos de la controversia no se
muestran claros para las partes en conflicto o las circunstancias concretas
impiden soluciones o interpretaciones viables a la luz meramente del Derecho.
A
una diplomacia seria e inteligente corresponderá abrir los caminos del
entendimiento posible en estas difíciles situaciones.
@ENouelV
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