¿ES IRREMEDIABLEMENTE “BOBA” TODA DEMOCRACIA?
A mi querido amigo Leandro Area
La caracterización del régimen
político que impera en Venezuela ha sido ocasión para la polémica durante estos
difíciles años.
En la oposición, hay unos que se
quejan de que supuestamente no se aprecie de manera correcta la naturaleza del
gobierno chavista, que no se alcance a ver su carácter totalitario comunista.
De allí vendría el colaboracionismo,
el comeflorismo o el entreguismo
de la dirigencia opositora, acusada hasta de recibir prebendas de aquel.
Este enfoque crítico no se
corresponde con la realidad. Si podemos cuestionar a la oposición no es
precisamente de esa incomprensión. Le podemos echar en cara cualquiera otro
asunto, pero estoy seguro de que los políticos de oposición saben a quién enfrentan.
Se ha caracterizado al régimen
venezolano de neofascismo (García Larralde), de autoritarismo competitivo
(Levitsky), de híbrido (Mires), populismo, neocomunismo,
militarismo-pretorianismo, “estado mafia”, autocracia con vocación totalitaria
y colectivista o de “democracia autoritaria” (Zakaria), entre otras
denominaciones. Todos, con sus matices, lo ubican en el campo del
autoritarismo.
Pero cuando le encajamos el diente al
fenómeno chavista, en su realidad cotidiana, en su ejecutoria concreta; cuando
exploramos su composición social; al escudriñar las ideas que emiten sus
dirigentes; al analizar su discurso, al observar su comportamiento, nos topamos
con una complejidad que no puede ser despachada en trazos gruesos sin errar el
tiro.
No es un régimen abiertamente
represivo; en eso es selectivo, guarda las apariencias, disfraza sus
arbitrariedades de legalidad, utilizando la institucionalidad que domina.
Permite, con restricciones crecientes y acoso permanente, cierta crítica o
prensa libre. No suprime toda actividad económica privada, pero la regula en
forma desmedida, la controla, la cerca, y la ido secando progresivamente. Ha
puesto de rodillas a todos los poderes públicos, están sometidos totalmente al
ejecutivo. Y tiene un discurso, como dice la escritora Ana Teresa Torres, “histórico-nacionalista-bolivariano-redentorista-cristiano-socialista”, que
le permite montar a su carro a gente tan disímil como antagónica.
De los rasgos más resaltantes, si
bien podemos señalar parentescos con otras experiencias que en el mundo han
sido, podemos mencionar su naturaleza muy “nuestra”. Dirá el
lector que esta observación es tan obvia que no vale la pena ni decirla.
Sin embargo, en nuestro contexto,
debe ser subrayada, porque, por lo general, se tiende a equiparar el régimen
venezolano, de forma muy ligera, con experiencias de otras latitudes y otras
épocas, como si no tuviera raíces históricas específicas, el rol de los militares, y estos movimientos
políticos no hubiesen asimilado también propios y ajenos reveses, llevándolos a
mutar, sin dejar de ser letales para la democracia.
Nuestro amigo, el politólogo-embajador,
Leandro Area, al comentar un ensayo mío sobre la cláusula democrática
instaurada por algunos organismos internacionales, tituló dos artículos “A
democracias bobas, dictaduras caribes” (I y II). (http://grupolacolina.blogspot.com/2014/07/a-democracias-bobas-dictaduras-caribes.html).
Pareciera enunciar Area una regla: toda democracia boba tiene la dictadura que se merece. Y en el caso nuestro y el de otros, serían la derivación, o la otra cara, de una democracia torpe, bobalicona, que ha permitido se abra paso un autoritarismo muy caribe, muy nuestro.
Pareciera enunciar Area una regla: toda democracia boba tiene la dictadura que se merece. Y en el caso nuestro y el de otros, serían la derivación, o la otra cara, de una democracia torpe, bobalicona, que ha permitido se abra paso un autoritarismo muy caribe, muy nuestro.
La democracia, y en esto creo que me
acompañará Area, es un sistema político que por su misma naturaleza es frágil,
intrínsecamente defectuoso. La pluralidad de opiniones en liza, las
contradicciones, los checks and balances y la libertad de que gozan allí los que desearían destruirla, la
aflojan, la ralentizan, la vuelven menos eficaz y oportuna.
La inescapable vigencia de la
libertad y de los derechos humanos necesariamente la hace así, permite que en
su seno convivan, incluso, los que la malquieren. No está a salvo de los
zarpazos de los demagogos y eventuales tiranos, de “ideologías mortíferas”.
Ni siquiera la instaurada en los países más avanzados puede cantar victoria
definitiva. Fukuyama se equivocó. Lo estamos viendo en la Europa de hoy. Sobre
los problemas económicos están cabalgando electoralmente populistas, racistas y
nacionalistas extremos, hasta el nazifascismo redivivo.
La “Dictadura Caribe” es un
espécimen novedoso, postmoderno, y muy viejo a la vez. Nuevo en la utilización
perversa de las instituciones, de las formas y los tiempos, pero anacrónico en
sus ideas fundamentales. Recordemos que Goebbles decía, al entrar los nazis al
Parlamento por vez primera, que lo hacían como el lobo que entra al
gallinero. Utilizaban la “institución burguesa” para destruirla
desde sus entrañas.
Así también son de resabiadas las “dictaduras caribes”, y para muestra un
botón: Venezuela.
Que la mayoría de los gobernantes de
nuestro hemisferio no asuman lo que el régimen de Venezuela es, una dictadura
militarista, que lo valoren sólo porque realiza elecciones, y que por tanto no
actúen en consecuencia, de conformidad con las normas internacionales sobre la
democracia y los DDHH, es una demostración de la debilidad moral de las
democracias, la cual se patentiza en la indiferencia, en un realismo calculado
o en un raquítico compromiso de los gobernantes con aquellos valores
universales.
¿Por siempre irremediablemente "bobas" las democracias? ¿Son más "bobas" las democracias caribes que las de otras
comarcas?
EMILIO NOUEL V.
emilio.nouel@gmail.com
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