INSERCIÓN INTERNACIONAL DE
VENEZUELA, INVERSIONES Y EL PRÓXIMO GOBIERNO
Emilio Nouel V.
Esta semana tuvo lugar un evento muy interesante sobre las
posibilidades de inserción de Venezuela en la dinámica y compleja economía
mundial, organizado por el CELAUP de la Universidad Metropolitana.
Como invitado, nos tocó tratar el tema de la seguridad
jurídica y las inversiones ante una audiencia muy calificada en el ámbito
académico y en términos de experiencia profesional.
Permítanme compartir con ustedes lectores algunas de las
notas que allí presenté.
No es un secreto que la interdependencia económica global del
último medio siglo ha convertido al planeta en un megaespacio en que las
fronteras se han desdibujado aceleradamente. A pesar de que los estados
nacionales aún mantienen cierto margen de maniobra cada vez más disminuido, los
mercados de capitales y sus efectos imprimen su ritmo al mundo, nos guste o no,
y hasta tanto no exista un gobierno mundial -¡la utopía¡- habrá que contar con
ese dato de la realidad.
La actual crisis financiera y fiscal es muestra patente de la
profundidad y extensión de las interconexiones de la economía mundial. Una
desregulación extrema y una marcada desintermediación financiera fue ambiente
propicio para que conductas poco ortodoxas y hasta ilícitas condujeran al
desmadre que conocemos.
Hasta ahora el antídoto no ha sido consensuado, y quizás no
lo veamos concretarse. El término medio en este campo no es de fácil diseño y
mucho menos de instrumentación.
Se dice que en un día van y vienen por el planeta alrededor
de 2.5 y 3 billones de dólares, buscando el lugar de mayor rentabilidad y
escapando de entornos inseguros. La volatilidad es, sin duda, el signo en este
universo financiero.
Frente a esta realidad, los países están a la caza de
capitales para ponerlos al servicio de sus intereses de desarrollo, habida
cuenta de la premisa de que la inversión extranjera (directa o indirecta) es
beneficiosa, potencialmente positiva para el crecimiento económico, la
transferencia de tecnologías y el combate de la pobreza.
Y para captar tales flujos de inversión, las naciones ávidas
de ese dinero deben hacerse más atractivas, competitivas. Y sabemos que para
serlo, son muchos los requisitos-estándares globalizados que se deben cumplir
para salir airosos en esta competencia frenética.
Desde una expedita permisería, procedimientos burocráticos
públicos abreviados, infraestructuras públicas en buenas condiciones, pasando
por la disponibilidad de recursos humanos y educación actualizada, hasta una
amplia seguridad pública, son temas que tienen que ver con la competitividad.
Uno de los rasgos que hacen un país más o menos atractivo,
más o menos competitivo, para potenciales inversores, es la calidad y
predictibilidad de su ordenamiento jurídico y de los entes encargados de
resolver los litigios que pudieran presentarse. Así, la desconfianza en los
tribunales nacionales ha llevado al establecimiento de instituciones nacionales
e internacionales independientes de las que los gobiernos y las empresas puedan
fiarse por su calidad técnica, imparcialidad y celeridad.
De este modo, el nivel de acatamiento a las leyes y los
tratados internacionales, la vigencia plena de las garantías de los derechos
humanos, de la propiedad privada, la estabilidad de leyes y políticas, la
independencia de los poderes públicos, de los jueces, la “vocación de respeto del ordenamiento jurídico” (Muci Abraham dixit)
por parte del funcionario, en fin, la fortaleza del Estado de derecho, son los
criterios definitorios, en principio, de la llamada seguridad jurídica, lo que
en el fondo, no es más que la confianza que se tenga en un entorno nacional
determinado.
Confianza es la palabra clave. Quien confía en otro es muy
probable que sepa lo que éste hará en
una determinada circunstancia. Ser confiable es ser predecible. La confianza,
en gran parte, reduce la incertidumbre.
Lo contrario, la desconfianza, genera costos, mayores
esfuerzos, y tiende a producir inacción o no cooperación entre actores sociales
y económicos que buscan obtener algún beneficio de alguna actividad.
No obstante, a pesar de la confiabilidad, es imprescindible que
intervenga un mecanismo regulador formal.
El derecho, como señala Fernando Atria, estabiliza las
expectativas, reforzando los incentivos para la cooperación. Nos dice Atria: “Cuando un sujeto de derecho se encuentra con
otro, no es necesario que exista confianza entre ellos. El derecho provee todo lo necesario, en
cuanto a la reducción de contingencia, para permitir la relación de ambos sin
necesidad de que cada uno de ellos confíe en que el otro actuará de acuerdo con
una norma moral”.
Por otro lado, Marcelo Bergman señala acertadamente que “la confianza no es producto de la
virtuosidad de la norma sino de la probabilidad de su aplicación. Lo que genera
confianza y apuntala el Estado de derecho no es la bondad de la norma jurídica
sino su ejecutabilidad.” Lo que en inglés se llama “enforcement.” Así, “la
confianza está determinada por la probabilidad del cumplimiento.”
Así, la confianza institucionalizada, cuando existe, es señal
de desarrollo, de modernidad de un país.
Dicho lo anterior, un país tendrá mayor o menor seguridad
jurídica en la medida en que haya mayor o menor confianza en el ordenamiento
jurídico y las instituciones que lo aplican. Porque el Estado de derecho es el
marco institucional que debe garantizar y proteger los derechos de manera
predecible y efectiva.
En Venezuela bajo el gobierno actual las políticas, acciones
y regulación tienen un sesgo ideológico, a mi juicio, espantador de
inversiones. Las instituciones que levantó la democracia civil están
descalabradas. El marcado intervencionismo estatal en todos los sectores
económicos y su orientación colectivista, se han reflejado en el entramado jurídico
interno, inhibiendo las inversiones y destruyendo las existentes. La seguridad
jurídica brilla por su ausencia.
En cualquiera de los índices de organismos internacionales
que se revise, nuestro país, lastimosamente, está ubicado en el furgón de cola,
acompañado de las naciones más rezagadas de África. Desde el Banco Mundial,
pasando por Transparencia Internacional, CEPAL, Freedom House, hasta las
calificadoras de riesgo, su performance en los últimos años es deplorable.
Las inversiones han caído sostenidamente, y en 2010 tuvimos
una cifra negativa: - 1.404 millones de dólares. No hay incentivos de ninguna
naturaleza para captar capitales, en momentos en que andan buscando
oportunidades en países emergentes. Al contrario, expulsamos capitales y
obstaculizamos, entre otras cosas, la remisión de utilidades a que tienen
derecho las empresas extranjeras, gracias a mecanismos cada vez más perversos
como CADIVI.
El próximo gobierno deberá instalar un clima de negocios
diferente. Deberá transmitir confianza en las políticas que ejecute, en las
leyes que promueva, y en las
instituciones públicas que estén bajo su responsabilidad; todo en el
entendido de que sólo políticas estables y predecibles, normativas claras y aplicadas, y unos poderes cuya
actuación sea conforme a derecho, son los elementos necesarios para una
inserción fructífera en los circuitos de la economía internacional y para
garantizar la seguridad jurídica de las inversiones.
EMILIO NOUEL V.
Email: emilio.nouel@gmail.com
Twitter: @ENouelV
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