LA INTEGRACION LATINOAMERICANA Y EL PROFESOR ELIAS PINO
“Canta la música tuya, que yo
cantaré la mía”
Willie Colon
Semanas atrás, el historiador Elías
Pino Iturrieta puso sobre la mesa el tema de la unidad/identidad
latinoamericana vinculada a la integración, el cual, por cierto, no ha sido muy
debatido entre los especialistas sobre la materia.
Como se sabe, aquella ha sido tratada
en nuestra región, principalmente, desde el ángulo económico-comercial, dando
por descontado que existe una homogeneidad de base entre los países de América
Latina, derivada de la cultura y lengua heredadas de su pasado colonial, todo lo
cual sería el soporte esencial para levantar el proyecto integrador de nuestros
países.
Así, alrededor de la idea de la unión
y/o integración de “Nuestra América”
(José Martí dixit) - para contrastarla con la otra, la anglosajona del Norte-
se fue creando una suerte de culto cuasi-religioso, de una mitología.
El árbol genealógico de esa unión hundiría
sus raíces en Viscardo y Guzmán, Miranda y Bolívar. Creció con Torres Caicedo,
Arosemena, Bilbao y Alberdi, y se potencia con Rodó y Vasconcelos, entre otros
personajes de nuestra historia, cuyas ideas dieron a luz el llamado nacionalismo
latinoamericano en sus distintas versiones, del que se nutren pensadores y
políticos posteriores, desde la derecha más rancia a la izquierda más extrema.
Para tal culto, quien no comulgara
con ese ideario, sería poco menos que un latinoamericano descastado, que no honraría
debidamente el legado que nos habrían dejado los próceres de esa ‘Patria Grande’; particularmente, el general
Bolívar, con su fallido intento en el Congreso Anfictiónico de Panamá y el fracaso de su proyecto más
querido: la Gran Colombia.
El artículo de Pino se titula ‘La
fantasía de la Integración Latinoamericana’ (La Gran Aldea, 21/2/2021).
Título, sin duda, que habrá escandalizado a más de uno, no solo en nuestro
patio.
Pino arranca diciendo que la
Integración latinoamericana es una quimera, que la “América toda” no existe en nación, como dice nuestro Himno
Nacional. Que ese sentimiento de unión proclamado desde siempre, no ha existido
jamás. Que lo de que formamos “una
parentela de pueblos unidos” no es más que pamplinas. Y muestra de esa
desunión serían las reacciones xenofóbicas hacia la migración venezolana.
Para apoyar sus afirmaciones, el historiador
acude, en primer lugar, al argumento geográfico. No pueden integrarse países
cuyas precaria y/o inexistentes vías de comunicación han impedido la creación
de una comunidad de naciones. A tales obstáculos se uniría el problema de las demarcaciones territoriales y
las rivalidades. Animadversión y subestimación hacia el vecino, las maneras de
hablar diferenciándonos y poniéndonos en guardia frente al otro.
Dice Pino que “el territorio que
terminaremos llamando Hispanoamérica, o América Latina, no será el resultado de una historia común, sino de la evolución de
una diversidad de historias que deben influir en la posteridad pese a que las
vistamos con un solo uniforme desinteresado y patriótico.” Que con excepciones, “cada país se limita a desarrollar la memoria de los suyos”.
Al final, Pino admite que lo planteado por él
requiere de mayor elaboración, y que está formulado a partir de las reacciones
ante la diáspora venezolana.
No he resistido
a comentar el texto en cuestión; en mi caso, por haber estado ligado al asunto
unos cuantos años.
Es posible que
hace 60 o más años, la estrategia de una integración comercial estrictamente
latinoamericana no haya sido una idea descabellada, a pesar de los múltiples
obstáculos, sin duda, presentes entonces, los cuales, por cierto, no todos son exclusivamente
atribuibles a la realidad y dinámica internas de nuestros países, a pesar de
que en éstos podemos encontrar las causas principales. El desarrollo económico de la región y su relacionamiento externo, con
sus matices, no puede soslayarse a la hora del análisis, más allá de ciertos axiomas
contradichos por la realidad de los muy famosos “dependentólogos”.
El resultado no
satisfactorio de la integración en nuestra región no es ajeno a la inmadurez de
nuestros países, a sus gobernantes, a las políticas adelantadas y las
ideologías predominantes. Socialdemócratas, democratacristianos e incluso
liberales compartían enfoques respecto de este asunto. No olvidemos que la
CEPAL, a cuya cabeza estuvo el argentino Raul Prebisch, hizo su trabajo de
convencimiento de las élites. La estrategia cepaliana la adornaron los
políticos, precisamente, con la retórica que remachaba la hermandad
latinoamericana como mandato sagrado de los próceres.
No obstante, nuestros regímenes de
integración parecieran tener una significación distinta para cada uno de los
miembros que los conforman. La pertenencia a ellos, estaría dictada por razones
geopolíticas o por la mera conveniencia diplomática de no ser mal vistos o
aislados, no necesariamente por las ventajas económicas que puedan reportarles.
Acompaño a Pino
en que la tal nación no existe en nuestro continente a pesar de las afinidades y
experiencias compartidas. América Latina
no es un todo indiferenciado. Esa identidad colectiva no es cierta.La “uniformidad
esencial”, atemporal e inmutable de la que algunos hablan no está por
ningún lado, a pesar de lo que decía Bolívar de que “en todo hemos tenido
perfecta unidad”. En cualquier caso, si
bien esto no ha sido así, hoy en el nivel de un mundo globalizado, las
fronteras lingüísticas, culturales, económicas, sociales y políticas se han ido
disolviendo.
Todo ello, sin
embargo, no invalida la estrategia integracionista y su conveniencia, sobre
todo, en un entorno en que la interdependencia se ha profundizado, gracias a la
creciente porosidad entre las regiones y fronteras nacionales del planeta, a
pesar de nacionalismos trasnochados que emergen de vez en cuando y de las
contramarchas y ralentizaciones episódicas de aquella.
La geografía no
es más un limitante, y las rivalidades y “la diversidad de historias”, presentes
en nuestro hemisferio ayer y hoy, siendo impedimentos, no son, empero,
insuperables para el intercambio mercantil y el flujo de las inversiones, para
lograr una mayor integración al mundo y al hemisferio, en definitiva.
La integración
concebida a mediados del siglo pasado, dejó
de tener pertinencia. No se trata solo de un problema de barreras
arancelarias, sino más bien de producciones conjuntas y de libre circulación de
inversiones.
Aquel modelo de
integración empujado por los mitos de una presunta unión inmanente latinoamericana,
pasó a mejor vida. La crisis actual de ese modelo tiene que ver con su
inadecuación a los nuevos tiempos. Y los estancamientos y ralentizaciones que
experimentan, no se curarán con proclamas voluntaristas aludiendo a esa monserga
alrededor de una extraviada “Patria grande”, sino con políticas que se
ajusten a las nuevas realidades de un mundo en intensa interconexión, visiones
endógenas aparte.
La integración
es un asunto pragmático en la nueva era global. Los latinoamericanos, en la
medida de sus conveniencias y posibilidades, deben abrirse aux quatre vents,
como ya de hecho ocurre.
Los impulsos xenofóbicos
hacia nuestros compatriotas, expresión repudiable
de lo que algunos llaman “fronteras emocionales” o “sentimientos
tribales”, conspiran, sin duda, contra la integración, pero tampoco son cortapisas
infranqueables.
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