LA AMARGURA NO ES LA ACTITUD
A los estudiantes venezolanos en su día
Los que nos quedamos en Venezuela o porque no podemos irnos, o no queremos, o decidimos enfrentar y resistir a quienes han venido destruyendo el país, estamos obligados a no echarnos a morir, ni a vivir en un sufrimiento permanente, tristes y amargados, como algunos parecieran entender que deberíamos estar para estar acordes con la situación.
No habría, según estos últimos, ni mínimas razones por las
que alegrarnos en términos personales o colectivos, ni para momentos, si se
quiere, placenteros, por muy sencillos que sean. Para aquellos, la
autoflagelación es lo que nos saldría, no habría espacio en nuestras vidas
distintos al abatimiento, la congoja, el duelo.
Obviamente, en nuestro duro y deteriorado entorno social, hay
fuertes y suficientes motivos para no sentirse a gusto y preocuparse,
indignarse y hasta para rebelarse. Eso no tiene discusión alguna.
Aunque tengamos en ciertos momentos, como dije alguna vez,
las lágrimas de a toque, estamos obligados a mostrar una actitud
esperanzada.
No debemos caer en el ensimismamiento, el cruce de brazos y a
sumirnos en la tristeza y la depresión, sin dar espacio siquiera a moderados o pequeños
gozos, que nos alimentan el alma y dan fuerzas para encarar tantos desafíos
individuales y colectivos, incluidos, los políticos.
La compleja lucha por reconquistar las libertades en nuestro
país exige desechar la melancolía que
nos paraliza. Si a las calamidades que nos abruman le sumamos un estado anímico de aflicción y
desconsuelo, será entonces más difícil vencer la adversidad que nos
agobia.
Se me echará en cara
con seguridad que en Venezuela, habida cuenta de las cosas horribles que
vemos, no estamos para jolgorios y esparcimientos. Y en cierta medida, les cabe
razón.
Sin embargo, no vivir abatidos tampoco significa obviar los
problemas que nos aquejan a todos. Encerrarnos
en una vida contemplativa y/o aceptar el estado de cosas desastroso que tenemos
al frente -que habrá quienes asuman esa posición- de ningún modo debería ser el
talante de quienes estamos comprometidos con cambiar el país que padecemos
En definitiva, si en Venezuela la barbarie nos quiere llevar
por la calle de la amargura, estamos compelidos a alzarnos por sobre nuestro dolor,
las múltiples carencias y las variopintas contrariedades, y superar, todos
juntos, una realidad terrible que no es para
nada “natural”. Esta ha sido generada por otros venezolanos, descaminados,
atrapados por ideologías demenciales, algunos llenos de perversidad, otros
enceguecidos por el poder, y no pocos que solo persiguen su interés particular,
ayunos de todo escrúpulo, hundidos en la mayor corrupción política y moral
vista en la historia contemporánea de nuestra tierra.
A pesar de los pesares y de la difícil tarea que aún nos
queda por concluir, en la Venezuela de hoy no caben conductas derrotistas y
sombrías.
Ayer 21 de Noviembre lo vimos en nuestros jóvenes valientes
que desafiaron al régimen tiránico, poniendo sus vidas en riesgo. Esa es la
actitud a asumir por todos.
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