Los que tenemos ya unos cuantos años frecuentando, desde la
experiencia práctica y la academia, el complejo camino de la integración
económica internacional en general, y la de nuestro hemisferio en particular,
la noción de irreversibilidad de esos procesos se fue asentando en nuestra
visión sobre ese tema.
Juzgábamos improbable que una nación que haya experimentado
los beneficios que acarrea un intercambio mercantil ventajoso, se devolviera a
una situación de retraimiento económico, desdeñando las ganancias que trae
consigo la eliminación de los obstáculos a esa liberación comercial, bien sea con
un país o con grupo de países.
Algunos llegaron a hablar hasta de un principio de irreversibilidad, el cual consistiría,
dicho en palabras sencillas, en que una vez que un país se inserta en un
régimen de unión aduanera y/o mercado común, los efectos positivos que éste
produce en las economías integradas resultan de muy difícil reemplazo, haciendo
casi imposible salirse de la suerte, sin sufrir grandes daños para sus empresas
volcadas al exterior y para los trabajadores que de esos negocios dependen.
Los vínculos económico-comerciales y de otra naturaleza se
harían tan fuertes entre los países que conforman un bloque comercial o una
fuerte relación bilateral, que desprenderse de ellos sería un contrasentido y
una tarea, que llevarla a la práctica, se presentaría muy complicada, sobre
todo, cuando la integración ha durado muchos años.
Esa fuerte convicción que teníamos, en los últimos tiempos se
ha visto quebrantada con dos situaciones particulares, obviamente,
diferenciadas. Una, la salida de Venezuela de la Comunidad Andina, y otra, aun
no consumada, conocida como Brexit, o
retiro de la Unión Europea del Reino Unido.
La mencionada irreversibilidad la podemos ver desde dos
puntos de vista. En primer lugar, la que se refiere a los compromisos formales asumidos en los tratados y demás acuerdos
suscritos por los países en el seno de un régimen de integración, y en segundo
término, la irreversibilidad de los efectos
concretos producidos por la interrelación económica entre los participantes
durante el proceso.
La absurda salida de Venezuela de la CAN inició formalmente
la reversión del proceso integrador en el año 2006, y se consumó en 2011. 38
años de integración a ese grupo se echaron de lado. Fue una decisión tomada por
el gobierno sin consultar al país o a los sectores económicos que afectaría la
medida. Una acción producto de una valoración política-ideológica y geopolítica
unilateral, que afectó un comercio largamente establecido. La frontera
colombo-venezolana era la más dinámica de la región y el volumen de negocios
era cuantitativamente importante.
Este retiro, sin embargo, trajo como consecuencia que se
suscribieran varios tratados comerciales bilaterales con los países que
permanecieron en la CAN. La reversión de la membresía andina fue formal. A las
corrientes comerciales existentes, es decir, a los efectos reales que había tenido la integración, hubo que
darles una regulación sustitutiva. No obstante, los efectos de la integración,
no han podido ser borrados, aunque se ha venido a menos el intercambio
mercantil, además, por otras razones.
Respecto del Brexit, la también absurda reversión comienza
con un referéndum promovido por fuerzas políticas euroescépticas,
ultranacionalistas y populistas.
Sin embargo, en este caso esa medida no iba a ser de fácil
concreción, habida cuenta de la profundidad y amplitud de la interdependencia
económico-comercial del Reino Unido con el resto de la Europa comunitaria.
Las negociaciones de esta salida no han podido concluirse. Se
ha pretendido en ellas mantener las ventajas pero sin las obligaciones y cargas
que la membresía comunitaria comporta, lo cual no es aceptado por la Unión. No
ha sido labor fácil desanudar los nexos provechosos de toda naturaleza
consolidados por décadas.
Se está hablando, incluso, de la realización de un nuevo
referéndum para reafirmar o ratificar la decisión tomada.
Muchos sectores británicos que se dejaron llevar por la
retórica engañosa anti-europeísta se han dado cuenta del garrafal error
cometido.
La onda antiglobalización, que principalmente era comandada
por las agrupaciones políticas de izquierda, en los últimos tiempos se ha proyectado
más a la derecha europea, haciéndola crecer electoralmente.
Las visiones nacionalistas radicales se han ido imponiendo en
algunos países europeos, sobre todo, al calor de la crisis financiera de 2009 y
los más recientes problemas inmigratorios. Erróneamente, se echa culpas de las
crisis a la Unión, cuando las causas son evidentemente otras.
No se trata de decir que en la Unión Europea (UE) no persistan problemas y que no requiera
algunos cambios. De hecho, las crisis que ha vivido ese bloque en su larga
historia, han servido para mejorarla.
Nadie puede desconocer el extraordinario avance que en lo
político, económico y social, ha representado la UE para sus países miembros y el mundo.
Es por ello que el Brexit
resulta un disparate para quienes lo observamos desde fuera y a la luz de los
resultados de la Unión.
¿Cabría esperar que el Brexit, en definitiva, no se concrete
y que lo de la irreversibilidad, en tal caso, sí tenga asidero, y que la salida
del Reino Unido sea imposible de llevarse a cabo?
Ojalá los británicos rectifiquen. Sería una muy buena noticia
para Europa y el mundo.
EMILIO NOUEL V.
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