Los
intentos sobre la necesaria unión comercial de todo el hemisferio han sido
fallidos por causas diversas, siendo decisiva la carencia de una voluntad
política firme de todos los países, que se deriva de la desconfianza, el
resentimiento, los intereses miopes y la animadversión que una historia de
desencuentros ha alimentado.
El
fallido proyecto del Área de Libre Comercio de las América (ALCA), cuyas
negociaciones se iniciaron en los noventa del siglo pasado en el marco de la
Cumbre de las Américas (1994) y bajo el auspicio de la OEA, es un ejemplo palmario de esa ausencia de armonía.
En la actualidad, sólo tenemos bloques parciales y proyectos que se yuxtaponen,
superponen, excluyen o están en abierta desarmonía, cuando no, en colisión.
Desacuerdos
y prejuicios, justificados o no, dominan el entorno. La estrechez de miras y los
impulsos de dominación han hecho de las suyas. Mitos, atavismos y nacionalismos
a ultranza nos han descaminado. Expectativas exageradas, proyectos inviables
y/o refundadores nos consumen. En algunas épocas nos acercamos mucho; en otras,
nos alejamos. En ciertos temas arribamos a acuerdos, en otros, confrontamos.
La
perseverancia y el pragmatismo brillan por su ausencia la mayoría de las veces.
No hay
duda de que animosidades, apasionamientos y desconocimiento mutuo han hecho una
labor de zapa nefasta. El sentido profundo de destino común, tantas veces invocado
por muchos pensadores del hemisferio, no ha prevalecido. Se sigue hablando de “dos Américas” enfrentadas e
incompatibles. No faltan extraviados en la actualidad que planteen el dilema
obsoleto: Bolivarianismo versus Monroismo.
La retórica
grandilocuente abunda. La palabra hueca en demasía gana la partida al resultado
concreto. Mucha retórica, pequeños o pocos pasos en términos de construir una
comunidad integrada.
No
obstante, opciones convenientes siguen abiertas a pesar de la rimbombancia y
vaciedad del discurso integracionista al que somos muy dados, particularmente,
en América Latina.
En lo
político, la OEA, heredera de la tradición panamericana, no exenta de críticas,
ha dado muestras de agotamiento que la vuelven ineficaz y, para algunos,
inútil, a pesar de la acción individual de algunos funcionarios en el sentido
de recuperar su autoridad moral. Es blanco de ataques no siempre justos. Sobre
ella llueven amplios cuestionamientos sobre su funcionamiento engorroso.
Se
podría afirmar que la constitución de organizaciones, casi entelequias, como
UNASUR y CELAC, forman parte de un claro y no disimulado interés de restarle
peso en el hemisferio a aquella.
Los tratados
relativos a diversos temas, como los derechos humanos, el combate a la
corrupción y la Carta Democrática Interamericana, forman parte del haber de esa
organización, así como su contribución a la gobernanza hemisférica.
En
cuanto a la integración y cooperación económica-comercial del continente, si
bien hay que reconocer algunos avances entre grupos de países y resultados
relativamente positivos, no ha sido satisfactoria del todo. Muchas
oportunidades se desperdiciaron, y aún siguen siendo desaprovechadas.
Se
insiste en la búsqueda de una supuesta “unidad
natural” y exclusiva de Latinoamérica, cuando ha quedado evidenciado en un
mundo globalizado que tal propósito es ya un mito cada vez más inalcanzable,
porque en el caso hipotético de que ella fuere posible, no sería sostenible
cerrándose sobre sí misma.
En este
ámbito, paradigmas y modelos tradicionales muestran fatiga o transitan por la
senda de la decadencia. El proteccionismo económico-comercial que está resurgiendo
no debería tener más cabida; solo los países que se mantienen aferrados a
dogmas y conceptos económicos anacrónicos, mantienen tal política.
El
modelo de integración que se implantó hasta hace algunas décadas perdió vigencia.
Las circunstancias presentes, ameritan nuevas formulaciones y propuestas.
En este
sentido, el papel del sector privado de la economía en consonancia con las
necesarias políticas estatales se vuelve clave fundamental para impulsar todo
proyecto de inserción internacional de nuestros países. La integración a los
espacios planetarios nunca podrá alcanzarse sin el concurso de una empresa
privada competitiva que se acompase con los tiempos.
Se
amplían los horizontes, las distancias siguen importando pero menos, el planeta
entero está más al alcance de las empresas y las personas. Las regiones son
cada vez más porosas y permeables a su interior y frente a las demás. Los
bloques de comercio y/o los convenios multilaterales y bilaterales se conciben
hoy como trampolines provisorios, no obstáculos a la integración con regiones y
países más distantes.
En
términos de crecimiento y bienestar social, podemos sin dificultad concluir que
en particular y en su conjunto, los latinoamericanos no hemos logrado aún
edificar y consolidar las naciones prósperas a las que tantas generaciones de
hombres y mujeres han aspirado por siglos, aunque algunos de ellas estén
recorriendo la ruta de mayores logros sociales y económicos.
Integrar
todo el hemisferio sin complejos es la vía para la solución de gran parte de
nuestros problemas sociales no resueltos.
EMILIO NOUEL V.
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