La historia de los regímenes políticos y sus ejecutorias prácticas nos ilustra acerca de los tipos de gobierno que los humanos hemos disfrutado o padecido.
Unos son buenos,
otros no tanto, algunos regulares, pero también hay los detestables.
En estos últimos,
sus ejecutantes logran concentrar el mayor número de iniquidades, tropelías y
estropicios sociales. De estos no son pocos los que enarbolan convenientemente
un discurso reivindicador de los más, de los menesterosos, como engañifa para
llegar al poder.
Sin embargo, se
convierten, no solo por su ideología, en gobiernos aborrecibles. Literalmente,
en enemigos del género humano, aunque hablen en nombre de altos ideales.
El que padecemos
los venezolanos en la actualidad, es uno de esta calaña infame. Es de los
peores que pueden haberse conocido por su naturaleza destructora.
Las pruebas
sobran, y su notoriedad nadie imparcial y objetivo las puede refutar.
La farsa del
gobierno militar-cívico de Venezuela se patentiza a diario. Sus mentiras nadie
las cree ya, ni sus acólitos. Su fementida adhesión a la democracia ha sido
desnudada. Hasta los organismos internacionales a los que entregaban cifras
maquilladas, al fin se han percatado del timo. Éstos no confían más en tales
triquiñuelas. Una opinión es unánime, dentro y fuera del país: el gobierno es
embustero y estafador.
Por otro lado,
aunque no todos pueden ser metidos en el mismo saco y con igual
responsabilidad, nunca antes en la historia de nuestro país se había llegado a
los extremos de corrupción política y administrativa como en los últimos 18
años. Nunca en el pasado, altos funcionarios de gobierno fueron acusados de
pertenecer a mafias del narcotráfico y otros delitos. El asco se ha instalado
en la Venezuela decente ante tanta degradación moral y política.
Y como colofón de
todo este oprobio, somos víctimas también de unos gobernantes tiranos,
salvajes, que no respetan libertades ni Ley. Su principio de gobierno es la
arbitrariedad, su modus operandi, el atropello; su fuerza, la bruta, más allá
de las supuestas ideologías que los inspiran, señuelos para engañar incautos.
Un gobierno militar y militarista se está mostrando en toda su
desvergüenza llevándose por delante el principio del debido proceso al someter
a civiles que protestan de manera pacífica, a la justicia militar, infringiendo
así, sin pudor alguno, la Constitución.
Su apetito
desmedido por el poder y el dinero, los presenta ante el mundo como lo que
realmente son: forajidos de la política. El respeto al Estado de derecho o a
los derechos humanos no está en sus planes. Su respuesta a las demandas de
democracia y libertad es el encarcelamiento y el asesinato de jóvenes.
Sean militares o
no, carecen de rectos principios morales, no tienen palabra, ni honor, ni
vergüenza. Poco les importa como queden frente a la historia, su familia o ante
el país.
Afortunadamente,
la mayoría aplastante de los ciudadanos decentes, y muchos militares también,
no soportan tanta inmundicia y pillaje de los dineros públicos, tal estado de
arbitrariedad y violación a los derechos humanos, tanto descrédito
internacional.
La reconstrucción
político-institucional y moral de la nación, cuyo inicio cada día se acerca
más, precisará de todos los venezolanos de bien, que hoy repudian resueltamente
a unos gobernantes farsantes, delincuentes y tiranos, la combinación política
más tóxica que puede haber. A ellos les llegó la hora de la partida y de la
Justicia.
Emilio Nouel V.
@ENouelV
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