“El futuro
inmediato responde a carambolas, a estímulos convulsivos, sin
patrones
ni pautas.(…) Los análisis
convencionales no sirven y los
vaticinios
deductivos se han vuelto pensamiento ilusorio, wishful thinking:
bagatelas”
Ignacio
Camacho
No poca tinta se ha vertido acerca de las ínfulas de Vladimir
Putin de colocar a su país en el sitial que tuvo la Unión Soviética en otros
tiempos. Es harto conocida su lamentación acerca de la caída de la URSS: “la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX”.
La política de Putin estará orientada a recuperar la
presencia e influencia internacional de su país. La restauración del orgullo
imperial de la ‘Gran madre Rusia’ ha sido el objetivo.
Aunque Rusia no conserva el ímpetu y la fuerza decisiva de
que dispuso su antecesora y las circunstancias no son las mismas, ese país, por
su tamaño, significación geopolítica, recursos y relativo poder militar, es un
actor a considerar en el mundo de las relaciones internacionales presentes,
aunque tampoco habría que exagerarlo.
El que fue su contendor después de la Segunda Guerra Mundial,
EEUU, a pesar de que mantiene un poder económico, tecnológico y militar casi
indiscutible, hoy no goza del mismo poder omnímodo que tuvo.
La potencia más
grande de nuestro hemisferio y del mundo, “la
sociedad punta de nuestro tiempo”
(Vargas Llosa dixit), a ratos se repliega sobre sí misma, o bien por causa de
sus problemas particulares, para atender otras prioridades (Irán, Siria,
Israel, Ucrania), por pérdida de poder global o porque que se siente impugnada
por algunos actores. El “hiperpoder” de
otros tiempos ya no existe, ha mermado, es discutido y hasta ignorado, incluso
por micropoderes que derivan su
influencia de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, como
lo ha bien subrayado Moisés Naim.
Estamos ante una
redistribución mayor del poder mundial en la que otros actores cobran mayor
incidencia y peso, los que no disponiendo de capacidad para imponer su
perspectiva, sin embargo, pueden obstaculizar las iniciativas de otros, incluso
de los más grandes.
La disminución del poder
internacional de EEUU, se ha atribuido a que no existe la misma confianza de
sus aliados tradicionales en su liderazgo, y a que sectores importantes de su
población desea un rol global menos activo.
En la
actualidad, mucho se debate sobre un “mundo
sin orden”, “un mundo salido de eje”
o de la “era del desorden”, en el que
grandes potencias hegemónicas, han perdido poder o no desean asumir el papel de
garantizar la gobernanza global.
Richard N. Haass
ha señalado que estamos ante la desintegración del orden de la posguerra fría y
un mundo menos pacífico, menos próspero y menos capaz de resolver los desafíos
de la guerra.
Kissinger, en su
último libro, World Order, llama la
atención sobre la idea de que han surgido concepciones opuestas a un orden
basado en reglas establecidas en los tratados internacionales, siendo el caos
una amenaza en todos partes, en un entorno de interdependencia nunca antes
visto.
Estas nuevas e
inquietantes realidades mundiales en las que el poder está más repartido entre
un mayor número de actores, nos indican que quizás estemos viviendo un cambio
de época, que trae consigo desafíos desconocidos.
Es bajo esta
nueva situación mundial en que Rusia se hace muy activa en Latinoamérica, que
el gobierno chavista, desde sus primeros años, inició un cambio estratégico en
las prioridades internacionales de nuestro país.
Así, los
tradicionales y principales socios son puestos de lado y/o colocados al mismo
nivel que los nuevos, y entre éstos, está la Rusia de Putin.
Los
acontecimientos políticos de los años 2001 y siguientes en Venezuela
profundizarán esa nueva relación preferencial, que se convertirá en una
“asociación estratégica”. Alrededor de más de 50 acuerdos y contratos se han
suscrito entre ambos países. Chávez visitó Rusia 9 veces, y Maduro algunas. Han
sido muy intensas las reuniones y visitas mutuas entre los dos gobiernos.
Resaltan los contratos y créditos sobre armamentos (12 mil millones de
dólares). Las empresas del sector energético: Rosneft,
Gazprom, TNK-BP, Surgutneftegaz, y la privada Lukoil, están presentes en
desarrollos en la Faja Petrolífera del Orinoco y otros sitios. Venezuela es el
segundo socio comercial de Rusia en la región.
El embajador
ruso, V. Zaemsky, en 2015 declaró: “tenemos unas excelentes
relaciones políticas, una coincidencia en las posiciones internacionales (…) hemos
tenido una base muy sólida en las relaciones económicas”.
Y en efecto, hoy existen
importantes afinidades en políticas entre los dos países. Tienen visiones
coincidentes, sobre todo, de cara a poderes como EEUU o la Unión Europea.
Para Rusia, las orientaciones en
política internacional del gobierno venezolano convergen con el deseo de su
dirigencia de erigirse en una superpotencia global que desafíe la influencia a
los demás poderes mundiales. De este modo, Venezuela se convierte en una
‘cabeza de playa’ en América Latina y el hemisferio.
Con la llegada de Trump a la
Casa Blanca, cabe preguntarse la relación que tendrán EEUU y Rusia. Las
carantoñas entre Putin y Trump han dado mucho de qué hablar. Los poderes
institucionales y fácticos de EEUU ¿qué posición asumirán frente a este
“coqueteo”? ¿Cómo queda Venezuela en
esta eventual entente? ¿Y Cuba, tan
cercana al despotismo venezolano?
El supuesto aislacionismo de
Trump ¿permitirá que Rusia se instale cómodamente en América Latina?
Y la China, ya entronizada con
armas y bagajes en nuestra región hace varios años ¿Qué pito tocará en todo
este desconcierto?
Para pitonisos quedan los
pronósticos. Teorías y paradigmas de pensamiento se están mostrando incapaces
para avizorar hacia dónde va el mundo, y con mayor razón, si quienes tienen la
sartén por el mango, son tan impredecibles como el señor Trump y otros.
¿Qué pasará en una Venezuela
metida en este entorno tan enmarañado? ¿Le interesa Venezuela a Trump o a
Putin? ¿Se pondrán de acuerdo respecto de nuestro destino? ¿Podremos sustraernos
de la “lógica” de esas potencias y resolver nuestra crisis al margen de ellos o
seremos un peón más de ese ajedrez?
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