En días pasados, en un discurso destemplado, Maduro arremetió
contra la Organización de Estados Americanos (OEA) y su secretario general,
Luis Almagro.
Más allá del asunto que motivó tales palabras (la observación
electoral para las elecciones parlamentarias del 6D), lo que trasluce la
declaración es una posición de fondo de cara a las instituciones que han sido
creadas por la comunidad internacional.
Para los que gobiernan Venezuela, los entes internacionales existentes,
en su mayoría, son estructuras al servicio de los intereses políticos y
económicos del imperialismo norteamericano. Así de simplista es el argumento.
De allí que, para ellos, haya que cuestionarlos, cambiarlos o suprimirlos, toda
vez que en su esencia, responden al sistema capitalista imperante y reproducen
una ideología que los preserva.
En tal sentido, OMC, FMI, Banco Mundial, OEA, Unión Europea, ONU,
CAN, Mercosur, CIDH, todos, más o menos, han sido blancos de sus invectivas estos
años pasados. “Es un monstruo”, dijo
una vez Chávez refiriéndose a la OMC. A Mercosur lo acusó de neoliberal (Ouro
Preto, Brasil, 17 de Diciembre de 2004).
Obviamente, se han aprovechado de ellas cuando les ha
convenido. Estas organizaciones importan al gobierno venezolano en
la medida en que sirvan a sus fines ideológicos y como “paraguas de protección” frente a presuntas agresiones del enemigo
imperialista o a una fantasiosa invasión de EEUU. A la menor crítica que les formulen,
pavlovianamente responden como sucedió recién con Almagro.
Sin embargo, repito, hay una concepción ideológica que
subyace a esta conducta.
La creación de la ALBA forma parte de esta visión. Con ella,
Chávez pretendió, en su delirio, reventar la institucionalidad vigente en la
región. No se trataba de construir un proceso de integración nuevo, como se
desprendía del discurso; eso fue solo un señuelo que escondía un propósito
político-ideológico. La OEA, entre otros, estaba en la mira.
Cuando se revisan los documentos oficiales de la ALBA se
puede inferir fácilmente la idea que la movía. Ella invita
a enfrentar “la influencia nefasta de los
organismos internacionales”, para poder así definir una agenda económica de
los estados soberanos, y “según nuestros
propios criterios y conceptos de soberanía.” (Discurso de H. Chávez, Manaos,
Brasil 2004).
Repárese en esta expresión: “nuestros propios criterios y
conceptos de soberanía”. ¿Que nos quieren decir con esto?
¿Que hay un concepto de soberanía distinto para cada quien, a
lo humpty dumpty, con contenidos
disímiles, dependiendo de la particular visión del interesado? ¿Acaso
se sugiere preferir la “ley de la jungla”,
sin organismos y normas internacionales que puedan servir de freno a los abusos
eventuales de posiciones de dominio de los poderosos o de gobernantes tiranos?
¿Se pretende imponer la
utilización de un concepto de soberanía à
la carte, contrario al de comunidad internacional, acomodaticio a los
intereses de los gobernantes, que se erija en una suerte de burladero para no responder
de las arbitrariedades cometidas al interior de los países?
Cuando reflexionamos sobre este enfoque, a todas luces,
absurdo, no es difícil comprender la conducta internacional del gobierno
chavista frente a la institucionalidad internacional, llámese ésta OEA, OMC o Corte Interamericana de los DDHH .
Así, los compromisos internacionales vinculantes asumidos por
Venezuela, deberán pasar, según el gobierno, por el tamiz de “nuestros propios criterios y conceptos de
soberanía”. Lo que al final significa que todo lo que imponga respeto a la
normativa sobre los DDHH o a disposiciones relativas a las inversiones
extranjeras, por solo mencionar dos temas, dependerá de lo que las autoridades venezolanas
acepten o consientan, incluido un alcahuete Tribunal Supremo.
Aparte de los insultos personales a funcionarios internacionales
que no son de su agrado, el gobierno chavista persigue deslegitimar, demonizar, la
actuación legal de los organismos internacionales, acusándolos de
injerencistas.
Cuando Maduro dice: “Almagro no puede levantar a la OEA porque es
una institución que debe morir en paz” y desea que él sea su “sepulturero”, no hace otra cosa que
ser consecuente con una visión que comparte la izquierda radical del
continente, el Foro de Sao Paulo incluido. El apoyo a UNASUR y CELAC, para el gobierno chavista, esconde
su intención de acabar con la OEA.
Al rechazar la oferta de observación
electoral de la OEA para las parlamentarias del 6D, reitera su concepto
particular de soberanía, o consistente con el que tiene la comunidad internacional.
EMILIO NOUEL V.
@ENouelV
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