LA CUMBRE DE AMÉRICA DE 2012
Emilio Nouel V.
Los países americanos tuvimos la oportunidad, una vez más, de
reunirnos y dialogar sobre nuestros asuntos comunes, hecho que de suyo es muy
importante. No nos pusimos de acuerdo sobre una declaración final, lo cual, a
mi juicio, no es de gravedad.
Lo que nos debe interesar más es el diálogo en sí sobre los
temas de fondo, en la esperanza de que produzca acciones colectivas eficaces. Distraernos de estos asuntos centrales, para hundirnos en disputas estériles o prestarse a maniobras de factores que solo buscan la desestabilización de la institucionalidad hemisférica vigente, sería un grave error.
Un tema al que deseo dedicar estas líneas es el absurdo de seguir
viendo al continente en dos grandes compartimientos estancos, enfrentados.
En la VI Cumbre de Cartagena, me pareció oír de boca del
Presidente Juan Manuel Santos una referencia directa a ese asunto cuando habló
de la necesidad de cambiar los paradigmas que han dominado las relaciones en el
hemisferio. Palabras más, palabras menos, señaló que era ya hora de superar los
estereotipos como los de que América Latina es una región problemática y EEUU
es imperialista. Al final, señaló que el propósito es una América unida.
Sin embargo, los desencuentros de nuestro continente vienen
de lejos.
Para algunos pensadores de los siglos XIX y XX, el Norte y el
Sur del hemisferio estarían destinados a no entenderse por diversas razones;
desde la raza, la lengua y las costumbres hasta las tradiciones, tipos de
gobierno e intereses. Habría una contradicción insalvable que impediría unirnos
o integrarnos política o económicamente. Ellos, los “gringos”, allá, y nosotros, los latinos, aquí. Agua y aceite. El “arielismo” roldosiano no fue otra cosa
que eso.
La independencia de las colonias
americanas nos dejó un hemisferio de contrastes.
De una parte, un país, EEUU, que
a pesar de la guerra, desde el punto de vista económico, se mantenía pujante, y
de otra, una América española fragmentada, “irremediablemente
descoyuntada”, devastada por un
enfrentamiento bélico muy cruento.
El historiador FERNANDEZ-AMESTO ha apuntado
atinadamente que las revoluciones independentistas del hemisferio parecen ser
la última gran experiencia común entre las dos Américas, momento a partir del
cual se abrirán sendas divergentes.
En el siglo XIX,
Miranda y Bolívar nos invitaron a la integración. Pero ésta era excluyente de
los anglosajones. Bolívar guardaba un resentimiento con EEUU y más le agradaba
el imperio británico; esto a pesar de que en 1826 escribe al Presidente del
Senado de Colombia: “la república
americana en el día es el ejemplo de la gloria, de la libertad, y de la dicha
de la virtud….también Colombia sabrá seguir noblemente a su hermana mayor”. Recuerde el lector que tres años después habría dicho que
ése país estaba condenado por la providencia a plagar de miseria a los pueblos
de América en nombre de la libertad.
En esa centuria, ocurrieron,
sin embargo, acciones (incursiones, anexiones, compras territoriales) que
contribuyeron a un rechazo temprano de EEUU, aunque no todo el liderazgo de ese
país los compartía y tampoco lo que ocurrió era de su exclusiva responsabilidad.
Pero los gringos se ganaron la mala fama, hasta el sol de hoy.
Todos recuerdan al
colombiano Torres Caicedo que ante las incursiones del aventurero Walker en
Centroamérica, escribió aquel poema
virulento: “La raza de América Latina/al
frente tiene a la sajona raza/ enemiga mortal que ya amenaza/ su libertad destruir
y su pendón”.
A pesar de estas duras palabras que inspiraron a muchos, las
naciones latinoamericanas intentaron infructuosamente la soñada integración, y
a finales de siglo XIX intentan hacerlo con EEUU, que ya despuntaba como una
potencia emergente que había dejado atrás a sus vecinos del continente, a pesar
de que 100 años antes sus economías eran equiparables. ¿Qué hicieron ellos que
nosotros no hicimos?
Esta integración también fracasó por los recelos de los
latinoamericanos hacia el gigante muy rico. En aquel momento, EEUU propuso un
acuerdo comercial y la construcción de un ferrocarril de norte a sur del
continente, lo que no fue aprobado toda vez que tales propuestas, según los latinoamericanos,
haría que ése país dominara a los demás, lo cual, con el tiempo, de todas
maneras sucedió. Cada país, entonces, se acordó de forma separada con
Norteamérica.
Así las cosas, esa América desencontrada llega 60 años más
tarde a converger en la Organización de Estados Americanos, el Banco
Interamericano de Desarrollo, el Tratado de Asistencia Recíproca, entre otros
entes de cooperación.
Finalizando el siglo XX, en la Primera Cumbre de las Américas
se propone, entre otros asuntos, el de crear un área de libre comercio entre
las 34 países democráticos del hemisferio. El mismo tema de hacía 100 años atrás.
Como se sabe, éste proyecto, el ALCA, equivocadamente, fue dejado de lado, y
sucedió lo mismo que un siglo antes, cada país resolvió sus relaciones
comerciales con el “gigante” de
manera individual.
Este año de 2012, nuevamente nos hemos congregado dentro de
aquel espíritu hemisférico inestable y tornadizo, las mal llamadas “Américas”, ahora bajo otras
circunstancias. En el hemisferio hay una potencia emergente y hegemónica en el
sur. Están presentes varios países contestatarios de la hegemonía yanqui. La globalización de la
economía nos impone un curso del que no podemos desmarcarnos sin sufrir graves
perjuicios. Los países se decantan en varias opciones geopolíticas y/o
geoeconómicas: el Pacífico o el Atlántico. Dos ideologías, fundamentalmente, se
enfrentan, el viejo dilema sarmientano
de barbarie o civilización; siendo esta última por la que opta la mayoría.
Pero seguimos siendo, como hace 200 años, una sola América,
ahora más interconectada, más imbricada y con problemas comunes a resolver.
Nuestra actitud, como países que mucho nos falta por recorrer
para insertarnos en la prosperidad que nos traería una sana y desarrollada
economía, no puede seguir siendo la del recelo, la pugnacidad y la exclusión de
factores fundamentales de nuestro entorno continental.
La incomprensión y el desconocimiento mutuos son factores a
superar. Mucho se ha avanzado al respecto. Conocernos antes que condenarnos,
dice Enrique Krauze, y lleva razón.
Si bien hoy luce inconducente la vuelta a o el
establecimiento de esquemas de cooperación e integración agotados y quiméricos,
no es menos cierto que es necesario que en América nos entendamos en asuntos
puntuales, en dar prácticas y eficaces soluciones a los problemas prioritarios,
que vayan abriendo para nuestras naciones los caminos del bienestar, el
conocimiento, la paz y la seguridad. En estas materias, es hora de arrancar de
nuestras mentes y corazones, la retórica vacía, a la que somos muy dados en
reuniones y Cumbres de presidentes, para
concentrarnos de manera concertada en los asuntos que obstaculizan la anhelada
prosperidad, como son las carencias educativas y tecnológicas, el hostigamiento
a los negocios lícitos, la violencia y el crimen organizado, entre otros.
Si la reciente Cumbre de América -sí, leyeron bien, de América- sirve para enterrar el discurseo de
ocasión y la evocación cansona de los tan manoseados próceres, podremos decir,
con el tiempo, que fue un éxito.
El extraordinario intelectual venezolano Mariano Picón Salas,
crítico como fue de la sociedad norteamericana, hablaba de “la común misión de América”, de “la voluntad
totalizadora” y de la “incapacidad de elevarnos sobre las ruinas y
convenciones de la propia tribu”. Apoyó la idea de que a pesar de los valores
diferentes, que los había, era posible el “intercambio y el complemento”
con la América anglosajona.
Sin duda, es necesario rescatar y consolidar esa voluntad totalizadora, hoy más
justificada que antes, para el beneficio de todo el continente. Las cumbres de
América podrían ser un vector crucial para alcanzar ese objetivo.
EMILIO NOUEL V.
@ENouelV
Emilio.nouel@gmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario