LA ELECCIÓN FRANCESA Y EL FUTURO EUROPEO
Emilio Nouel V
Los resultados que anunciaban las encuestadoras más
prestigiosas para la primera vuelta de las elecciones francesas se dieron. La
diferencia entre Sarkó y Hollande fue
mínima; entre ellos dos se decidirá el asunto.
Sin embargo, la fuerza política que surge como fiel de la balanza
para dentro de una semana, es la representada por la señor Marine Le Pen.
Superó con mucho la más alta votación de su padre. Logró un 18 % del total. El
50 % de los no profesionales, que no tienen un diploma, voto por ella. También
el 20 % de los jóvenes. El 26 % de las personas entre 35 y 49 años y de las
comunidades rurales.
Sin duda, un resultado que tiene preocupada a las autoridades de
la Unión Europea en Bruselas, habida cuenta del discurso antieuropeísta y
ultranacionalista de aquella.
Si esta fuerza política mantiene el apoyo obtenido o lo aumenta
para las legislativas de junio, la dinámica de la política francesa sufrirá
cambios importantes.
Para los candidatos finalistas, conquistar una tajada importante
de los votantes de las opciones descartadas es trabajo duro y complejo que los
estrategas electorales de los equipos en liza están ejecutando.
Ir o mantenerse en el centro o desplazarse a los extremos son
cursos no exentos de riesgo. Sarkozy y Hollande, y sus asesores, no la tienen
fácil.
Las alianzas y acuerdos están planteados, sobre todo con vista a
las legislativas.
¿Qué dice la gente al respecto?
El 64 % de los que votaron al Presidente se inclinan por acuerdos
entre Unión por un Movimiento Popular (UMP), partido de Sarkozy, y el Frente
Nacional de Le Pen. El 59 % de los votantes de esta última piensa lo mismo.
Por otro lado, un sondeo de OpinionWay,
citado por Les echos, indicaría que el 64 % de los
franceses se oponen a una eventual alianza entre UMP y FN. Los sondeos
recientes siguen dando el triunfo a Hollande sobre Sarkozy (intención de voto:
54 % a 45 %), aunque debe decirse que el último salió bien parado de la primera
vuelta, habida cuenta de que fue el blanco de ataque de todos los candidatos.
Según estos sondeos, los votantes de Le Pen, sólo en un 45% se
pronuncian por el Presidente y 23% por el retador. Se abstendría el 32%.
De los votantes de Bayrou, que quedó en el cuarto lugar, el 37% se
inclinaría por Sarkozy y 33% por Hollande. El 81% de los del petit Chávez francés, Melenchon, votarían por
Hollande.
Por otro lado, la mitad de los franceses (50%), desearía que
ganara Hollande.
No obstante, sabemos que las vueltas que da la política nos
podrían traer sorpresas. Y el tema de las alianzas posibles, las abstenciones
de parte de los que votaron en la primera vuelta y la movilización de los que
no lo hicieron, pueden producir resultados diferentes a los de los sondeos,
colocando las diferencias entre los dos candidatos más pequeñas de lo que
aparentan.
Más allá de estos temas político-numéricos, la posibilidad cierta
de que la izquierda moderada socialdemócrata, de capa caída en los últimos
tiempos en esa región, llegue al poder en un país de tanta importancia mundial
y europea, no es asunto menor.
Y lo es, no porque tal triunfo electoral pueda tener significación
para los que se adscriben o simpatizan con esa corriente política mundial, sino
por las políticas que adelantaría un gobierno socialista, habida cuenta del
berenjenal fiscal-financiero en que está metida Europa en la actualidad.
Es posible que Hollande enfrente las orientaciones financieras que
hasta ahora han impuesto en Europa el duo Merkel-Sarkozy, lo cual no deja de
ser preocupante toda vez que se podría desencadenar un debate que afectaría la
necesaria gobernabilidad en la zona y la percepción que de ésta se tenga en los
mercados.
Quisiera pensar que las consignas o planteamientos, algunos
anacrónicos, que al calor de lo electoral se han emitido, no sean los que
inspiren las políticas que se instrumenten y ejecuten. Serían
contraproducentes, no sólo para los franceses sino para la Unión como un todo.
Y el buen funcionamiento de la Unión interesa a la economía planetaria. Los
efectos negativos de las crisis de los países, tarde o temprano, trascienden las
fronteras. El efecto de contagio está más que demostrado con las crisis
anteriores. De hecho, la que padecen los europeos es también consecuencia de
otras generadas en contextos distintos.
La globalización nos ha hecho partícipes de un mundo cada vez más interdependiente
e interconectado, que exige igualmente salidas conjuntas a todos los desafíos
que la vida planetaria nos presenta.
No es tiempo de pócimas mágicas, de ensoñaciones
ideológicas o nacionalismos estériles. Se imponen soluciones realistas a tan
graves problemas. Sólo el esfuerzo productivo, políticas de crecimiento, la
elevación de la competitividad, el impulso al desarrollo tecnológico y el
manejo racional (austeridad) de los recursos públicos, pueden sacar adelante a
los países europeos que están experimentando situaciones fiscales y financieras
críticas.
El panorama no luce fácil y las opciones son muy
discutidas. Las posiciones encontradas tendrán que buscar un punto de
equilibrio. Habrá que hacer un gran esfuerzo para acordar un camino conjunto
que no se lleve por delante los logros de la Unión.
Y no hay que olvidar que estas crisis son el
caldo de cultivo de las más horrendas derivas antidemocráticas o totalitarias.
Y ya sabemos de la debilidad intrínseca de los regímenes políticos libres. No
son pocos los movimientos de ideologías demenciales que tienen vida en
Europa.
Sólo nos resta esperar que en Francia -gane quien
gane- el nuevo gobierno asuma sus responsabilidades con una visión pragmática,
moderna y acorde con las graves circunstancias que vive esa región.
EMILIO
NOUEL V.
@EnouelV
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