martes, 22 de marzo de 2011

LA IDEOLOGÍA DEMENCIAL DE GADAFI



“Debe venir a Libia y estudiar como funciona un país donde

no hay gobierno, ni parlamento, ni representación, ni huelgas,

todo es Jamahiriya. Yo digo a mi pueblo: `Si me aman,

escúchenme, y gobiérnense solos´. Por eso me ama;

porque al contrario de Hitler que decía `haré todo por

ustedes´, yo digo: hagan las cosas por ustedes mismos.”

Respuesta de Gadafi a Oriana Falacci (1986)

Siempre resulta interesante releer viejos documentos; sobre todo, para recordarnos que acontecimientos presentes no alcanzan a explicarse en toda su dimensión sin que hagamos repaso de sus antecedentes.

Y en el campo de las ideas, con más razón. Las ideas, como ha dicho alguien por ahí, tienen consecuencias, y cuando se trata de las que proyecta alguien que ha alcanzado el poder y pretendido (o fingido) ponerlas en práctica, el interés del observador es mayor.

El tirano de Libia, Muammar Al Gadafi, hoy enfrentado a la comunidad internacional por las matanzas que está perpetrando contra un pueblo que sólo clama por libertad y democracia, es uno de esos personajes que se hizo del poder enarbolando un conjunto de ideas que luego recogió en un famoso documento político llamado El Libro verde, que fue utilizado por algunos como vademecum para la acción política.

La curiosidad, hace unos cuantos años, nos llevó a leer ese libro, aunque lo hicimos a la carrera y saltándonos muchos párrafos. Entonces, nuestro rechazo a los contenidos de él no fueron tan contundentes como los que sí tuve más tarde, una vez pasadas las calenturas izquierdizantes de la juventud.

La insistencia en la idea utópica particular que expresaba Gadafi de que el pueblo se gobernara solo mediante la democracia directa, sin que medie representación alguna, era muy atractiva para mucha gente sensibilizada por los movimientos de corte autogestionario; incluso políticos venezolanos de izquierda hubo que se encargaron de difundirla, dólares mediante.

No sé, pero cada vez que oigo la expresión “democracia participativa” no puedo evitar evocar las ideas de Gadafi. Puede que sea injusto con quienes la promueven desde otros enfoques, pero confieso que me resulta difícil apartar el recuerdo, sobre todo, por el uso retórico que las tiranías hacen de la noción.

El profesor Fernando Mires, por cierto, ha recordado en su ensayo "El poder, la política y la estatización del poder social", que la doctrina de la democracia participativa, de los poderes del los consejos y/o comunas, viene de Lenin y Trosky, pero que también fue utilizada por Hitler y Mussolini.

In extenso, expresa Mires:La implantación de los llamados “consejos”, en sus más variadas formas, ha sido y es utilizada por todas las dictaduras que han emergido en nombre de una revolución (real o supuesta). De acuerdo a esa doctrina, el poder es devuelto (traspasado) al pueblo por una dictadura, poder que es ejercido teóricamente desde las bases de acuerdo a las líneas directrices dictadas por el poder central. Esa es la razón por la cual el llamado poder popular no es más que otro nombre otorgado al corporativismo estatal, y en todos los casos donde ha intentado aplicarse, no ha significado otra cosa que la estatización de las organizaciones sociales las que, mediante ese procedimiento, son puestas al servicio de una dictadura”

Y remata Mires: “El poder político, por su propia naturaleza, es un poder representativo y por lo mismo delegativo. La democracia participativa, por el contrario, es una fantasía ideológica que jamás ha podido convertirse en realidad” (subrayado muestro)

Cuando vemos la trayectoria de Gadafi y otros tiranos, no podemos menos que constatar que esa noción de democracia ha contribuido a fortalecer las tiranías con una ilusión de participación. Así, en este espejismo, el poder político, al estar atomizado en una multiplicidad de micro-unidades, (consejos comunales, por ej.) permiten que el poder central, el del dictador y su camarilla, se imponga, evidenciando la carencia de contenido real democrático en esas instancias populares, y poniéndolas a depender de aquel, volviéndolas asambleas inútiles en términos de poder político real. (Ver Ley de Poder comunal de Venezuela)

Gadafi le decía a Oriana Falacci en una entrevista (Corriere della Sera, 20 de abril de 1986): “Usted no comprende la diferencia que hay entre ellos y yo. Entre Komeini y ellos. Hitler y Mussolini se aprovechaban del apoyo de las masas para gobernar al pueblo; nosotros, los revolucionarios, en cambio, nos beneficiamos del apoyo de las masas para ayudar al pueblo a convertirse en capaz de gobernarse a sí mismo. Yo, en particular, no hago sino llamar a las masas para que se gobiernen solas.”

Cuando vemos a Gadafi decir ante los pedimentos de que renuncie y permita que se establezca una democracia y la libertad en su país, que le extraña que se lo pidan porque él no ostenta cargo alguno; no se considera dictador, ni presidente, ni mucho menos ministro, sólo el líder, y que, en consecuencia, es el pueblo libio el que manda, podemos constatar, sin lugar a dudas y de manera evidente, hasta dónde puede llegar el desvarío político en un hombre que, todos sabemos, ha gobernado tiránicamente irrespetando los derechos humanos, amparando y financiando el terrorismo internacional, sin control ni contrapesos de poder alguno y manejado y robado a su antojo los dineros de todos los libios para satisfacer sus intereses personales y los de su familia.

Sin embargo, y a pesar de que hay un pueblo en la calle ofrendando su sangre por la libertad, en su delirio Gadafi dice seguir siendo amado por su pueblo.

Para su visión política retorcida, la democracia es un sistema dictatorial, el Parlamento una impostura, y las elecciones una molestia, un imbroglio. El mismo planteamiento del déspota Fidel Castro. Los tiranos son iguales en todas partes.

En la entrevista referida, la periodista pregunta sobre la oposición en su país, y el tirano responde: “¿Cual oposición? ¿Qué importa la oposición? Cuando todos forman parte del congreso del pueblo ¿qué necesidad hay de oposición? ¿Oposición a qué? La oposición se hace en el gobierno, si el gobierno desaparece y el pueblo se gobierna a si mismo, ¿a quien debe oponerse? ¿A lo que no existe?”

Lógica pura y dura del autoritarismo totalitario. Pero escalofriante a la vez, cuando la vemos a partir de la óptica de los que creemos en los valores democráticos, el estado de derecho y la garantía de los derechos humanos universales por encima de las fronteras politico-territoriales.

Allí, en las palabras transcritas, se muestra desnudo en toda su repugnante dimensión un gobernante que lamentablemente tiene unos cuantos amigos en gobiernos del mundo, y es apoyado, también, por otros de su misma calaña.

No obstante las incertidumbres que hay respecto de quienes podrían subir al poder en una eventual caída de Gadafi, apostamos a ese resultado.

La conciencia democrática del mundo espera que la lucha por la libertad que están protagonizando los pueblos árabes lleve a un feliz desenlace. Salir de un sicópata como Gadafi y de su pensamiento nefasto, así como dejar atrás un país esquilmado y ensangrentado por ignorantes esbirros, es uno de los pasos necesarios que debe darse en la gesta democrática que se libra en esa región problemática del planeta.

EMILIO NOUEL V.

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