Un artículo de 2007 sobre los políticos "amortizados".
Amortizados
Venezuela Analítica, 27 de enero de 2007
A Pompeyo Márquez, porque el asunto no es con él.
Ya viene siendo hora de que muchos de los políticos tradicionales, desde hace tiempo pre-jubilados, le den el paso a las nuevas generaciones, y no las bloqueen más. Ejemplos nefastos de esta terquedad de parte de líderes históricos, los hemos vivido, y la dramática situación de hoy no es ajena a ese proceder.
Amortizado es sinónimo de liquidado, cancelado o extinguido. En política, los líderes o dirigentes devienen, por la vía natural, por el desplazamiento o como consecuencia de su incompetencia, en políticos amortizados.
En los últimos años, la amortización del liderazgo político y social venezolano ha sido acelerada. La acción de liquidación en este campo ha sido dura. La molienda, como dicen algunos, ha ido dejando un reguero de “cadáveres” nunca visto en tan corto espacio. Sin embargo, algunos tercamente quieren seguir en el primer frente, a pesar de haber demostrado una marcada incompetencia y cortedad de miras.
La crisis terrible que ha arrastrado el país y, particularmente, a los partidos, ha lanzado por un profundo barranco de descrédito y desafecto a unas cuantas generaciones de políticos venezolanos, y con ellos sus organizaciones. Buenos y malos, brillantes y mediocres, inteligentes e ignorantes, carismáticos y desangelados, con futuro y sin ninguno, varias camadas de políticos que tuvieron vigencia en la segunda mitad del siglo XX corrieron con la misma suerte, juntos por pecadores, arrollados por un tsunami que ellos mismos contribuyeron a levantar. Y es una lástima, porque algunos de ellos, sólidamente formados, bien equipados intelectualmente, con talento y experiencia muy valiosa, pudieron ser buenos presidentes.
Pero no es la hora de los lamentos. Hoy nos encontramos en unas inéditas circunstancias de peligro para las libertades, que demandan un liderazgo emergente, valiente, combativo, armado de nuevas ideas y de nuevos modos de hacer política.
Es preciso que los amortizados pasen a la retaguardia, que no excluidos de la lucha, y se dediquen a escribir sus memorias (aquellos que las tengan), o a apoyar y asesorar al nuevo liderazgo que se asoma al combate. No poco hicieron para ganarse ese destino, sobre todo, los que con su conducta miope, enchinchorrada e irresponsable, facilitaron la pesadilla interminable que nos agobia.
Gran parte de ellos arribaron a un nivel de incompetencia que les impide comprender la naturaleza de la crisis y el tipo de adversario que enfrentan. No atinan a parir ideas ni acciones hacia el futuro. Dan palos de ciego y en lugar de ofrecer alternativas estratégicas claras, sólo transmiten desaliento, incertidumbre y confusión. Cuando opinan o analizan los eventos que ocurren, se pone de bulto un desfase con los tiempos que corren. Continúan utilizando los conceptos dogmáticamente, manejan paradigmas superados y analizan los distintos fenómenos con categorías inadecuadas. No han entendido que el mundo es otro, distinto al que vivieron, y en consecuencia la forma de hacer política debe ser diferente. No logran siquiera definir bien al contrincante que los amenaza. No alcanzan a percatarse de que las situaciones, ejemplos, conductas y visiones aprendidos en el pasado son sólo eso, experiencias pasadas, en casi nada extrapolables al presente; de allí su no pertinencia, aun cuando puedan existir analogías.
Pero lo peor de todo es que se engañan a sí mismos con apreciaciones que no se corresponden con los hechos. En días pasados oí a uno -no tan viejo en edad- que decía que él se negaba a creer que la mayoría no viera “el infierno que estamos viviendo”. Y uno se pregunta, frente a la sensación artificial de bienestar creada por los petrodólares y el consumismo desaforado: ¿A cual infierno se refiere? Obviamente, ese infierno sólo está en su mente, pero no en la del común de la gente que, por lo general, no ve más allá del corto plazo, de la dádiva fácil y de su sensación de bienestar aparente aquí y ahora.
Estos políticos amortizados también nos hablan de mayorías y fuerzas que no se tienen, subyaciendo al discurso una invitación velada a que los acompañemos en aventuras relámpago sin destino (y el colmo de los colmos: sin fuerzas reales suficientes), como si por arte de magia se pudieran resolver nuestros problemas de un día para otro, saltándonos el imprescindible paso por la necesaria acumulación de fortalezas que nos permita acceder al poder por la vía democrática.
En suma, este liderazgo, con sus excepciones, ya dio lo que tenía que dar, y en la fila de atrás, debería convertirse activamente en factor de impulso y estímulo para una nueva generación de líderes que, aunque incipiente y con deficiencias, tiene la responsabilidad y el gran reto, primero, de saber guiarnos ante los graves peligros que amenazan destruir nuestra democracia e instalar el caos económico-social; y segundo, de enrumbar al país por vías de progreso, desarrollo económico y libertad.
Ya veremos si están a la altura de esta cita con la Historia.
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