Emilio Nouel
Martes, 23 de diciembre de 2008
Pareciera que en un país que tiene petróleo en abundancia y compradores ávidos de él, cualquier sueño o proyecto, personal o colectivo, de naturaleza política, económica o social, y hasta descabellado, se podría tornar posible.
En el caso de Venezuela, es lugar común decir que el petróleo o ha sido una bendición o una maldición, o ambas a la vez.
Para los venezolanos, nuestra fortuna energética ha sido o una oportunidad de crecimiento y desarrollo económico y social (la siembra de petróleo) o una ocasión para la ineficacia, el despilfarro o la corrupción más desembozada (La Venezuela saudita).
Tal abundancia, los gobiernos la han utilizado en función de muchos propósitos, algunos loables, otros repudiables, unos perdurables y otros efímeros, todo dependiendo del vaivén de los precios del mercado internacional. Mientras éstos estuvieron altos y el Estado manirroto repartía renta y subsidiaba, promovía la economía y construía carreteras, y también tentaba a los corruptos, los partidos tradicionales imperaron y pocos se preocupaban de la eficacia gubernamental, la productividad, la competitividad interna e internacional, o la impunidad; había bastante dinero para mantener a la mayoría relativamente conforme con su situación. Ésta fue la época que correspondió a la revolución democrática, que se inició en 1958.
Al caer los precios petroleros y hacer aguas el sistema económico protegido implantado, el Estado no pudo seguir dilapidando o subvencionando. Los partidos tradicionales que distribuían los recursos alegremente se corrompieron y perdieron nuestro afecto, y empezamos a voltear la mirada hacia otras opciones políticas que ofrecieran regresar a los tiempos de bonanza repartidora, así fuera artificial la sensación de bienestar, no importando mucho si las promesas vinieran de aventureros o demagogos ignorantes e irresponsables.
En la última década, con la recuperación extraordinaria de los precios petroleros, hemos experimentado una nueva versión política de lo ya conocido en nuestro país petrolero, pero esta vez se trata, en lo político, de lo que podríamos llamar la revolución comprada, cuya marca publicitada es el "Socialismo del siglo XXI".
El Estado venezolano ha recibido, en los últimos 10 años de Revolución bolivariana, ingresos por la cantidad aproximada de 800 mil millones de dólares. Con creces, el actual gobierno ha superado todos los anteriores.
Gracias a estos enormes recursos, la revolución bolivariana ha podido dilapidar las rentas de manera descarada, descuidando la creación o fomento de actividades productivas y generadoras de empleo, y llevando la corrupción a cotas nunca vistas.
Así, una parte muy importante de la población se ha insertado en esta estructura populista clientelar, que permite al proyecto del gobierno contar con una audiencia electoral no desdeñable. Esta estructura perversa mantiene a miles y miles de personas sin realizar actividad productiva alguna. Son parásitos de un gobierno o de un país, movilizados sólo a los efectos electorales o cuando los caprichos del caudillo los requiera. Son "becados" con propósitos meramente políticos, que constituyen una significativa carga económica para las arcas públicas.
A esto se suma la batería de subsidios y ayudas, ventas de productos alimenticios a pérdida, financiamiento de cooperativas y empresas sociales en su mayoría fracasadas, sin olvidar las ayudas significativas a países, organizaciones y partidos amigos de la revolución.
De otro modo, la revolución que propugna el Presidente la República no hubiera llegado muy lejos.
Sin duda, la que vemos en Venezuela es una revolución comprada, e igual desea hacerlo para los bolivianos, cubanos o ecuatorianos, a los fines de que sirvan éstos de soporte internacional del imperio chavista y su proyecto autoritario y colectivista.
Pero el propulsor de esta revolución no contaba con la tormenta que se le venía encima desde el mundo financiero.
Estamos entrando a una crisis económica de grandes proporciones, cuyos efectos están por verse. Lo cierto es que tocará a todos sin distinción, y en especial a Venezuela, cuyas autoridades siguen apostando irresponsablemente a un barril petrolero por encima de 60 dólares para el año entrante.
¿Podrá subsistir la revolución comprada a esta crisis global que apenas se inicia? Con el seguro aumento de los impuestos, la escalada inflacionaria que se espera y el recorte drástico de los programas sociales ¿No nos estaremos acercando a un gobierno tiránico del tipo tradicional, habida cuenta de que los conflictos sociales que se avizoran en el futuro próximo pueden obstaculizar el proyecto totalitario bolivariano? A la luz de las circunstancias políticas y económicas del entorno, el porvenir inmediato de la revolución comprada se muestra muy incierto.
Sobre los hombros de las fuerzas democráticas del país y del hemisferio, reposa la carga de impedir que se imponga de manera permanente un régimen tiránico militarista y colectivista, contrario a la libertad y los principios democráticos.