miércoles, 22 de septiembre de 2021

LA CLAUSULA DEMOCRATICA Y LOS 20

AÑOS DE LA CARTA DEMOCRATICA

INTERAMERICANA



EMILIO NOUEL V. 


En días pasados, el 11 de septiembre, se cumplieron 20 años de vigencia de la CARTA DEMOCRATICA INTERAMERICANA (CDI), y la fecha era propicia para evaluar su pertinencia y aplicación, así como para aventurar algunas ideas sobre su futuro.

Comentar y evaluar los resultados efectivos de este instrumento normativo internacional suscrito en el marco de la Organización de Estados Americanos, a la vez plantea unos cuantos interrogantes, sobre todo, cuando vemos que siguen presentes atentados y amenazas a la democracia y las libertades en nuestro hemisferio, a lo que se suman los intentos de sustituir a la OEA con organizaciones innecesarias e inútiles como la llamada CELAC, a la cual pretenden algunos gobiernos manipular para tal fin.

Ciertamente, la firma de la CDI constituye un hito trascendental no solo hemisférico, sino también global, por su contenido que la emparenta con Tratados y mecanismos similares que en el mundo se han instaurado.

Recoge una ancha visión sobre los valores democráticos, las libertades y los Derechos Humanos, que ha venido perfeccionándose desde mediados del siglo XX en nuestro continente y más allá.

Cuando comentamos la CDI, debemos, de arrancada, rememorar a Rómulo Betancourt, padre de la democracia venezolana, (o de la democracia a la venezolana, como diría el historiador Carrera Damas), quien fue uno de los precursores, entre otros, de una visión y de un tipo de reglas de conducta política democrática a las que deberían ajustarse los gobiernos, y cuyo ámbito de aplicación trasciende las fronteras nacionales, para convertirse en una norma de naturaleza vinculante y, por tanto, exigible, en el ámbito  internacional. En la Novena Conferencia Interamericana en 1948, Betancourt hizo planteamientos acerca del papel que debían jugar los organismos internacionales respeto de la vigencia de la democracia.

En mensaje que envió a la reunión de la OEA en 1959, expresaba que “en torno de los gobiernos dictatoriales se tienda un riguroso cordón profiláctico multilateral” y propuso que era urgente que la Carta de la OEA fuera complementada con un convenio que señalara que solo los gobiernos nacidos de elecciones legitimas y respetuosos de los derechos humanos y las libertades, podrían formar parte de la organización. Allí estaba en esencia, el núcleo central, de lo que luego se conoció como la Doctrina Betancourt.

Hablar de la Cláusula democrática (CD) o de condicionalidad democrática, como la llaman en Europa, contenida en cuerpos normativos internacionales, exige remitirse, obviamente, al concepto democracia como sistema de gobierno, modo de convivencia en sociedad o valor humano universal, al menos en el mundo de Occidente.  La democracia es un modelo de sociedad y de vida, una cultura, un ideal por el que luchar, incluso, un “clima moral”, para algunos, sobre el cual, sin duda, hay visiones no coincidentes sobre sus contenidos.

Sin embargo, sobre ella, como decía Jean F. Revel, debemos tener una perspectiva modesta, porque ella es un sistema político, intrínsecamente, frágil, vulnerable, aunque es un mínimo vital, con sus imperfecciones y complejidades, de allí la necesidad imperiosa de protegerla para que pueda consolidarse y mejorarse de manera permanente, toda vez que es una “realidad en marcha”, no es un sistema logrado, acabado, que está en permanente transformación.

No obstante, más allá de las diferentes visiones sobre ella, lo que queda claro es que se fundamenta en el respeto a los derechos humanos, en la vigencia del estado de Derecho, un sistema judicial independiente, el checks and balances de los poderes públicos, la rendición de cuentas de los representantes de los ciudadanos (accountability), instituciones que garanticen la libertad de expresión, de asociación, con partidos políticos libres, etc.

La CDI, en primer lugar, establece el derecho de los pueblos a la democracia y la obligación de los gobiernos de promoverla y defenderla.  Igualmente, alude al desarrollo progresivo del Derecho Internacional, que se inició con fuerza en las primeras décadas del siglo XX. Enumera, también, los elementos esenciales de toda democracia representativa.

Reafirma el principio de la subordinación constitucional de todas las instituciones del Estado a la autoridad civil legalmente constituida, o cual en nuestros países ha sido un tema muy sensible, particularmente, en la Venezuela actual, en la que estamos sufriendo la violación de ese principio.

Asimismo, se establece un procedimiento para dar una respuesta expedita y colectiva a situaciones de contravención de la institucionalidad democrática que pudieran tener lugar en los países suscriptores del instrumento. En apretada síntesis, ese es su contenido.

Podemos señalar como precedentes de la CD, no solo instrumentos jurídicos en Europa, la Comunidad Andina y Mercosur, sino también propuestas o declaraciones de estadistas y pensadores relevantes, como Rómulo Betancourt, el colombiano German Arciniegas y el uruguayo Eduardo Rodríguez Larreta, entre otros, quienes desde mediados del siglo pasado propugnaron por compromisos internacionales obligatorios que protegieran la democracia, estableciendo un principio de responsabilidad  por parte de los gobiernos que atentaran contra ella.  

Hay interrogantes y dificultades respecto de la interpretación y aplicación de la CDI.

¿Cuándo se considera que hay “situaciones que pudieran afectar el proceso de desarrollo democrático o el legítimo ejercicio del poder”?   

¿Cuándo hay “ruptura del orden democrático o una alteración del orden constitucional que afecte gravemente el orden democrático de un Estado?

¿Solo los golpes de Estado militares o los realizados por movimientos violentos se incluyen en las nociones anteriores?  

¿Las nociones de ruptura del orden democrático y alteración del orden constitucional incluyen otros actos o conductas políticas, no necesariamente violentas, como modificaciones legales y constitucionales a través de interpretaciones judiciales sesgadas, arbitrarias, contrarias a los textos constitucionales y legales vigentes, marcadas por una ideología o intereses políticos impuestos desde el poder?

Estos son asuntos aun por resolver en cada caso concreto de eventual aplicación de la cláusula.

A nuestro juicio, su necesidad y conveniencia para los intereses de la democracia y los DDHH, son obvias; por tanto, la existencia y la aplicación de la CD está fuera de discusión. La democracia sigue estando en riesgo frente a los embates del autoritarismo, en sus distintas versiones, y no solo en nuestro hemisferio.

Populismos autoritarios de derecha e izquierda, movimientos ultranacionalistas y xenófobos los vemos en todas partes, sin olvidar aquellos con ideologías demenciales y fanatismos religiosos fundamentalistas.

La CD tiene futuro si se abandona el concepto anacrónico de soberanía externa absoluta de los Estados. La aplicación de la CD será dificultosa si los lideres del mundo, los políticos, los gobiernos y los juristas, no asumen una noción distinta de la soberanía externa.

La CD será solo un texto de buenas intenciones en los tratados internacionales, ineficaz, un saludo a la bandera, si no hay la voluntad política de aplicarla y sancionar a los tiranos de toda laya que no respetan la democracia y los DDHH en el mundo, y particularmente, en nuestro continente.

La aplicación de la CD está íntimamente ligada a valores y a principios morales, y debería formar parte de programas de educación en nuestros países. La CDI tendría así un soporte que neutralice los desafíos del autoritarismo.

El teólogo alemán Hans Kung que propugna un nuevo paradigma para las relaciones internacionales que contemple una unión entre la salvaguardia de los intereses nacionales particulares y una ética fundamental, es decir, una conciliación entre las visiones realistas e idealistas, escribió que una nueva política global no es realizable sin una nueva ética global.

En atención a esas ideas, a mi juicio, la CD es un instrumento al servicio de esa nueva ética global que inspire una nueva política global.

 

martes, 17 de agosto de 2021

EL “MEMORANDUM DE 

ENTENDIMIENTO”, LAS EXPECTATIVAS

Y SANTO TOMAS


Después de tantos y complicados forcejeos, intentos frustrados y encuentros discretos, se suscribió en México, bajo el impulso y patrocinio de los actores más importantes de la Comunidad internacional, un Memorándum de Entendimiento, entre los representantes de la oposición democrática y los de la tiranía chavista, todo con el propósito de abrir un proceso de diálogo y negociación integral, que conduciría a un acuerdo que fije reglas para la convivencia política y apunte a la solución de graves problemas políticos y económicos reunidos en una agenda amplia, que exigen urgente solución.

En primer lugar, queda meridianamente claro que Miraflores fue obligado a sentarse en esa mesa y a reconocer a la dirigencia democrática. Las presiones de que ha sido objeto fueron eficaces. Las bravuconerías previas del tirano se volvieron agua de borrajas, desafíos ridículos de un patético perdonavidas que no sirvieron a sus propósitos aviesos. No le quedaba otra, ahogado como está en lo financiero y en tanto que gobernante de facto, con la espada de Damocles de la CPI sobre su cuello, lenta, pero amenazando.  

En segundo término, es obvio que el contenido del documento en cuestión es producto de una negociación, y que refleja concesiones entre las partes. Pero si lo leemos bien, solo un punto (3º) de interés para la tiranía está recogido en él: las sanciones internacionales. El resto de la agenda constituye señalamientos que más bien la acusan, son referencias directas a sus reiteradas arbitrariedades y violaciones (derechos políticos, garantías electorales, cronograma electoral para elecciones observables, respeto al Estado Constitucional de Derecho, convivencia política y social, renuncia a la violencia, entre otros).

Sobre la firma del Memo y sus resultas hay opiniones encontradas en el campo opositor. Algunos, muy ilusionados (a mi juicio, en extremo) han cifrado sus esperanzas en que se arribe a una salida definitiva a la larga crisis que nos agobia.

Otros, habida cuenta de las frustradas tentativas anteriores y de la naturaleza perversa del régimen, son escépticos; entre los cuales hay gradaciones, los “muy” y los “menos”.

Están también los que se oponen de todas todas, a las tratativas que se inician. Señalan que estas son inútiles, que de allí no saldrá nada positivo, que es pérdida de tiempo o dicen simplemente que con delincuentes no se debe negociar.

Esta división de enfoques no es un asunto menor, pues no se da solo entre las fuerzas políticas y los opinadores. La población, en general, desesperanzada, atribulada y abocada a sobrevivir, no la vemos muy entusiasmada con los asuntos de políticos y los resultados eventuales de una negociación.

Ciertamente, hay un rechazo mayoritario al régimen, que se ve y siente en la calle. Pero no existe de manera clara una conexión con el liderazgo que permita catalizar y organizar esa energía social larvada en función de un objetivo de cambio político, a pesar de los esfuerzos que se hacen en medio de tan precarias y adversas circunstancias.  

Con todas las críticas y cuestionamientos justificados que podamos formular al liderazgo democrático mayoritario que goza del soporte de los principales países democráticos, es a quien deberíamos apoyar en la hora presente. Es la unidad posible que más allá de las fronteras ven con buenos ojos.

Es suicida, por tanto, como hacen algunos, atacar inmisericordemente, a quien hoy está a la cabeza de esas fuerzas: Juan Guaidó. Este tiene el reconocimiento de la Comunidad internacional, lo cual no es una minucia. Guaidó está al frente de la negociación que se ha iniciado junto a otros políticos de oposición, dando asi un paso importante para consolidar la necesaria unidad. Es incomprensible, entonces, tales absurdos ataques.  

No obstante, por ahora, pareciera que lo razonable frente a lo de la negociación es ser prudentes y precavidos. Me cuento entre los escépticos. Estaré, como muchos, atento ante eventuales logros tempranos que algunos anuncian. Seguimos a Santo Tomas en eso.

Del tirano, ya Venezuela pudo ver su talante en días pasados, al exponer al escarnio publico por tv a los miembros de la delegación democrática en México. Es su naturaleza. ¿Es así como el tirano entiende la convivencia política suscrita en el Memo

¿Eso ayuda a que los escépticos cambiemos de opinión respecto de las resultas de esa negociación?

Por último, el venezolano debe tener bien claro que, aunque marche a un ritmo aceptable el proceso que se abre, sobre lo cual tengo mis dudas, consumirá un tiempo considerable. Exigirá de los ansiosos y desesperados, una alta dosis de paciencia, que no tuvieron los millones que se han ido y siguen huyendo al extranjero. Queda solo esperar que los muy optimistas tengan razón y que tales tratativas, con suerte, nos traigan algo positivo, para que el país pueda encaminarse hacia la recuperación de la democracia y la las libertades. 

sábado, 26 de junio de 2021

 VENEZUELA: ACTORES INTERNACIONALES, NEGOCIACION Y APRENSIONES

 


EMILIO NOUEL V.

Miembro del Grupo Avila


En Venezuela la búsqueda interminable de una solución al largo conflicto político que agobia a sus ciudadanos por más de dos décadas, persiste, lo cual, sin duda, genera una mayor desesperanza y multiplica la frustración.

De nuevo se reinician conversaciones sobre una probable negociación, auspiciada por actores internacionales. EE.UU, la Unión Europea y Canadá han suscrito una importante declaración en la que manifiestan su preocupación sobre la crisis venezolana y su impacto regional y global. Se pronuncian por una solución pacífica que incluya abrir un proceso de negociaciones integrales que conduzca a restaurar las instituciones y a que los venezolanos se expresen a través de elecciones creíbles y transparentes no solo locales y parlamentarias, sino también presidenciales; esta ultimas, por cierto, borradas de la declaración por algunos interesados en decir que se apoya exclusivamente las elecciones convocadas por la tiranía para este año.

En el mismo sentido, recientemente, Juan Guaidó había formulado una propuesta denominada Acuerdo de salvación nacional, el cual incluía una negociación en la que participen la comunidad internacional, el gobierno interino y el régimen chavista. Tal acuerdo propone un cronograma de elecciones libres y justas que incluya presidenciales, parlamentarias, regionales y municipales con la debida observación y el respaldo de entes internacionales relevantes.

Nicolas Maduro, ante la propuesta, respondió poniendo como precondiciones la eliminación de las sanciones, reconocimiento del régimen como poder legítimo y acceso a los fondos de la Republica que se encuentran congelados en el exterior. Puntos estos, que son de la negociación, y no previos a ella.

El Acuerdo de Guaidó, como era de esperarse en una oposición dividida, también fue criticado por algunos sectores democráticos minoritarios, unos que descreen de toda negociación y con no poca razón, y otros, simplemente, por reacción frente al proponente.

Con la negociación planteada, la historia, como aquel bolero, vuelve a repetirse.

Para algunos analistas, la negociación, si bien considerada como necesaria, sin embargo, podría reiniciar un círculo vicioso ya muy bien conocido por los venezolanos.  No son pocos los que manifiestan su escepticismo, habida cuenta de las experiencias fallidas anteriores, en las que los representantes chavistas han abandonado las conversaciones.

Esta conducta reiterada es un modus operandi que solo busca ganar tiempo y así mantenerse en el poder.

Este círculo vicioso, como se ha señalado muchas veces, se inicia siempre con las falsas promesas de elecciones libres, que son seguidas por nuevas normas y medidas impuestas desde el Ejecutivo y el Tribunal Supremo cuando los resultados no los favorecen (procesos judiciales fraguados y amañados, interpretaciones retorcidas de las leyes, nombramientos de administraciones paralelas,, etc), las cuales generan nuevas protestas que son reprimidas, se persigue al opositor y se hace detenciones arbitrarias,  para luego comenzar un nuevo “dialogo” y negociaciones sobre nuevas elecciones, y así sucesivamente se abre otro ciclo que no lleva a ningún parte. Se crean expectativas que pronto serán defraudadas, produciendo divisiones entre los opositores, cuando no, pactos entre los colaboracionistas y los tiranos, que al final, favorecen la permanencia en el poder de estos.   

Obviamente, las circunstancias para el gobierno de Maduro hoy no son las mismas que en pasadas ocasiones. Su situación presupuestaria es grave y la penuria social ha aumentado. Las dudas, bien fundadas, sobre una verdadera disposición del régimen para abrir caminos de solución, no se disipan. La desconfianza no desaparece, más bien aumenta, reflejándose en la opinión pública con el rechazo mayoritario del régimen y sus cómplices.  

El gobierno chavista sigue manteniendo una red de apoyos internacionales que le permiten maniobrar, de manera parcial con cierta eficacia, pero limitada. De allí que algunos digan que no hay una bala de plata que acabe con el gobierno de Maduro, mientras ese soporte no sea quebrado. Crucial es, entonces, que la acción exterior se profundice, que aunada a la acción interna organizada vaya abriendo una salida a nuestra calamidad. 

Juan Guaidó, a pesar de los cuestionamientos que le hacen, ha intensificado en los días que corren sus gestiones ante actores internacionales para que hagan mayor presión hacia un arreglo negociado que ponga fin a nuestro inacabable conflicto. Desmontar aquella de red de apoyo internacional es elemento decisivo. No podrá haber resultado eficaz y duradero sin el soporte a la recuperación democrática desde el exterior, y Guaidó pareciera tenerlo claro ese punto. Muchos apostamos al éxito de esas acciones, a pesar de las aprensiones justificadas que mantenemos.

 

 

sábado, 24 de abril de 2021

            BIDEN, PICON SALAS Y NUESTRO HEMISFERIO

 

                                 

 

Más allá de las diferencias innegables entre los países que conforman nuestro enorme territorio continental, se impone verlo en su conjunto. El enfoque de los asuntos que nos conciernen, por tanto, debe ser hemisférico, con aun más razón, en los tiempos de intensa interdependencia global que vivimos.  

En tal sentido, no hay que seguir sumergiéndose en esa absurda e inútil postura de unas “Américas desavenidas” en permanente conflicto, a pesar de los desencuentros e incomprensiones históricos, algunos muy amargos y condenables, sin duda.

Lo que queda muy claro es que quedarnos en los agravios y resentimientos históricos en nada nos ayudaran para avanzar hacia un mejor futuro, que será de mayor acercamiento, cooperación e integración entre nuestras naciones.

En momentos en que algunos critican al gobierno norteamericano por carecer supuestamente de una política de cara a América Latina, en días pasados, el presidente Joe Biden hizo una declaración importante que no debería pasar por debajo de la mesa. “Proclamación del Dia Panamericano”, se titulaba.

Al recordar la primera reunión que se celebró hace 131 años de la Unión Interamericana, reafirmó “la fuerza de nuestra comunidad regional”, celebró los principios democráticos que nos unen y expresó su disposición a trabajar conjuntamente para superar los desafíos comunes.  “Los grandes desafíos que enfrentamos hoy no están confinados a nuestras fronteras nacionales particulares”, señaló certeramente.

Y mencionó de manera especial la crisis humanitaria y migratoria de Venezuela y la violencia en CentroAmérica.

Para Biden, está en el interés nacional de seguridad de EE.UU, un hemisferio económicamente próspero y democrático, lo cual se obtendrá unidos bajo un liderazgo democrático apegado al Estado de derecho.

Al leer tal proclama, me vino a la mente un gran venezolano que sobre las relaciones con EE.UU escribió, a mediados del siglo XX, también muy acertadamente, similares ideas. Me refiero a Mariano Picón Salas.

Critico de aquel país, abogó, sin embargo, por la confluencia de las “dos Américas”. Decía que ambas compartieron y siguen compartiendo valores políticos y culturales fundamentales, sin olvidar la vecindad y una historia común.

No hace falta recordar que don Mariano, intelectual americanista y universal, es uno de los pensadores profundos del hemisferio. Fue político también, cercano a la socialdemocracia. Es uno de esos que llamaba Antonio Gramsci, “intelectuales orgánicos”, aunque no fue un militante, un hombre de acción.

El fenómeno de la interdependencia mundial, lo que llamamos hoy globalización, no se le escapó a esta mente privilegiada. A comienzos de los años cuarenta del siglo pasado, escribió que aquella “está haciendo caducas muchas de las fronteras que cerrara el pretérito, hemos llegado a un momento de la Historia en que, efectivamente, nada de lo que atañe al hombre, nada de lo que él piensa y realiza, puede sernos ajeno.”

Para Picón Salas, el final de la Segunda Guerra Mundial debía producir un cambio profundo de la política. Y esto, en lo económico, tendría que significar un “plan para el continente”. A los países latinoamericanos correspondería, según él, crear confederaciones: “seguramente llegaremos de una aislada economía de naciones a una economía hemisférica”. 

Sin embargo, a juicio de él, uno de los problemas de mayor tensión en la cultura americana era que en el área del continente dos familias de pueblos se veían como vecinos recelosos, y que a pesar de estar vinculados por el comercio y la contigüidad geográfica, tenían pocos deseos de comprenderse. 

Este desencuentro conducía a olvidar la misión común de América, “aquella teoría de la concordia y esperanza del Nuevo Mundo”, que acercó el pensamiento emancipador de las dos Américas y que hizo dialogar a Jefferson y Miranda.  El “arielismo” de Rodó, por tanto, no era una opción para Picón Salas, toda vez que aquel con su planteamiento irreconciliablemente antagónico entre las Américas -el supuesto espiritualismo latino versus el materialismo anglosajón- no ofrecía una solución.  

Para este venezolano, tanto en el Norte como en el Sur del continente, se habrían frustrado y desviado en demasía la ideología y el legado moral de los founding fathers. La misión común de los países americanos plantearía  la necesidad de recuperar “la voluntad totalizadora” y desechar los prejuicios y la “incapacidad de elevarnos sobre las ruinas y convenciones de la propia tribu”. Apoyó la idea de que era posible el intercambio y la complementación con la América anglosajonaInsistirá: “En ese campo de la comprensión ecuánime es no sólo posible, sino urgente, que las dos porciones de América se aproximen y colaboren en una justa organización del mundo; que el desarrollo técnico de los Estados Unidos y la riqueza potencial de Hispanoamérica participen en la empresa de un orden continental más próspero y permanente.”

Mariano Picón Salas y Joe Biden. Dos tiempos. Dos orígenes culturales. Uno hispanoamericano, el otro angloamericano. Sin embargo, convergentes en una misma visión sobre lo que deberían ser las relaciones hemisféricas, que no siempre fueron armónicas, y más bien marcadas, por la desconfianza y el resentimiento.

Por cierto, el campeón de la democracia que fue Rómulo Betancourt, amigo cercano de Don Mariano, respecto de las relaciones con Norteamérica, tenía también los pies sobre la tierra. Frente al “gigante de la familia”, decía, cordialidad sin sumisión, firmeza sin desplantes. Sabias palabras, de vigencia presente, sin duda.

Ojalá y los tiempos por venir nos traigan más cooperación e integración a nuestro hemisferio. Lo necesitamos con urgencia. Sobre todo, cuando en su mensaje de los 100 días, Biden dice que Estamos en competencia con China y otros países para ganar el siglo XXI”, y ya conocemos las andanzas de los chinos por esta comarca.


miércoles, 21 de abril de 2021

LA TIRANIA CHAVISTA EN LA ORGANIZACIÓN MUNDIAL DEL COMERCIO    *

 


En efecto, el “viraje” que muestra la nomenklatura chavista en los dias que corren respecto de su visión anticapitalista y contraria a los entes internacionales “imperialistas” como la OMC, es notorio.

En su propio camino a Damasco, se produjo el "milagro". Obviamente, no se trata de una conversión ideológica sincera, sino de una conveniencia pragmática para mantenerse en el poder. Ya se apresuraron a esconder debajo de la alfombra, aquella frase de Hugo Chávez sobre la OMC: “Es un monstruo”.

Ahora resulta que hasta recurren a esa demoniaca organización internacional. !Fin de mundo!

El régimen chavista, a finales del año 2018, formuló ante la OMC una solicitud para celebrar consultas con el gobierno de EE.UU, con base en el articulo 4 del Entendimiento sobre normas y procedimientos por los que se rige la solución de diferencias (ESD).

Esta solicitud, relacionada con las sanciones adoptadas por EE.UU, fue rechazada por el gobierno estadounidense, a lo cual respondió el régimen venezolano con un pedido de conformación de un Grupo Especial (GE).

Este GE, si fuere designado, sería el encargado de examinar el problema y presentar sus conclusiones, sobre las cuales el Órgano de Solución de Diferencias (OSD) hará sus recomendaciones y/o resoluciones, todo, por supuesto, a la luz de la normativa sobre la materia. 

Esta no sería la primera vez que Venezuela inicia una controversia alli. En 1995, lo hizo cuestionando una regulación estadounidense sobre gasolina reformulada, que constituía una discriminación contra la venezolana, lo cual infringía disposiciones de la OMC. Se conformó un GE al efecto, en el que una adecuada gestión adelantada por el gobierno venezolano, logró que nuestro país tuviera éxito en su demanda. EE.UU debió ejecutar la decisión adoptada.

FUNDAMENTOS DE LA ACTUAL DEMANDA VENEZOLANA

En la actualidad, el régimen venezolano hizo la referida solicitud aduciendo que las medidas impuestas por EE.UU respecto de un conjunto de bienes y servicios venezolanos, así como de asuntos relativos a la deuda pública y transacciones en moneda digital, serian incompatibles con regulaciones de la OMC. (Artículos XXIII del GATT de 1994" y XXIII del Acuerdo General sobre Comercio de Servicios ("GATS"). Serian medidas coercitivas y restrictivas al comercio, cuyo fin, según los representantes de la dictadura venezolana, es un intento de aislar económicamente a Venezuela.

Dichas medidas están contenidas en varios decretos emitidos por el gobierno norteamericano (executive orders) desde el año 2015, los cuales se fundamentan en el Reglamento de Sanciones a Venezuela (CFR Part 591-Venezuela Sanctions Regulations).

Tales sanciones, inicialmente, fueron tomadas contra personas físicas responsables de la comisión de actos violentos o serios abusos a los derechos humanos contra manifestantes antigubernamentales o por haber ordenado arrestos y persecución de personas en Venezuela que ejercían legítimamente sus derechos de libertad de expresión y reunión.

Según los funcionarios del régimen de Maduro, estas sanciones hacen que los bienes venezolanos “enfrenten una mayor carga regulatoria en cuanto a las condiciones que rigen la importación, así como restricciones sobre quién puede realizarlas”. Estos obstáculos operarían como prohibiciones a la importación y exportación entre EE.UU y Venezuela, amén de que las mercancías que transitan por territorio estadounidense hacia otro país miembro de la OMC, están sujetas a detención e incautación.

En relación con el comercio de oro, igualmente, operan las restricciones con compradores eventuales en el mercado de EE.UU.

En cuanto a la utilización de la moneda digital venezolana, existen también restricciones discriminatorias, así como en la prestación y recepción de servicios por parte de personas venezolanas, lo cual anula o menoscaba los beneficios que Venezuela tiene según los acuerdos y normativa de la organización.

LA REGULACION DE LA OMC (GATT 1994)

Ciertamente, en el conjunto de los principios fundamentales de la OMC, están: la Cláusula de la nación más favorecida (NMF), el Trato nacional y no discriminatorio (TNND) y la prohibición de las restricciones cuantitativas al comercio (PRC).  

Las sanciones estadounidenses referidas son, sin duda, inconsistentes con tales principios. No obstante, en el marco del cuerpo regulador que nos ocupa, están contempladas excepciones a aquellos.

LAS RAZONES DE SEGURIDAD NACIONAL

Se ha considerado siempre -mucho antes de la existencia de la OMC- una excepción al libre comercio, el tema de la seguridad nacional de los países. Así, tanto para gobernantes como para estudiosos del tema, bajo ciertas circunstancias, resulta más importante que la economía de un país, su propia existencia, su seguridad, lo cual justificaría intervenciones excepcionales por parte del Estado de que se trate.   Por otro lado, otro tipo de alegatos de naturaleza política se han manejado también de manera extraordinaria.

La protección de una nación mediante restricciones a las importaciones u otras medidas, no siempre son vistas favorablemente, aun mas, cuando son adoptadas dizque por razones de seguridad y lo que está detrás no es más que una motivación proteccionista.  

Las excepciones del GATT por causa de seguridad están dispuestas en el artículo XXI. Entre otras, se incluye la acción o medida que un pais emprenda por considerarla necesaria para “la protección de sus intereses esenciales de seguridad” y la que adopte en virtud de los compromisos adquiridos en la Carta de las Naciones Unidas “para el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales”. 

Históricamente, la interpretación sobre el contenido y alcance de esta disposición ha dado origen a muchos debates en el ámbito internacional y en el seno del GATT. Sin embargo, la norma es, sin duda, una válvula de escape a la mano para los países.

LAS SANCIONES DE EEUU A VENEZUELA

Las sanciones estadounidenses a los personeros del régimen chavista son, a nuestro juicio, inobjetables desde el punto de vista jurídico y se emiten ejerciendo su poder soberano. Sus efectos reales en Venezuela nada tienen que ver con la debacle económica espantosa que se vive allí. Esta tiene su origen, no en aquellas, sino en una ejecutoria económica calamitosa de mucho más de una década. 

Tales medidas, en los dos últimos años, se traducen, sin dudas,  en restricciones al comercio de ciertas mercancías o servicios venezolanos. Ello no se puede negar.

No obstante, de conformidad con la normativa de la OMC, EE.UU, fundamentado en el mencionado artículo XXI del GATT, estaría facultado, por vía de las excepciones por causas de seguridad, para establecer esas restricciones.

De allí que, independientemente de que se conforme o no un Grupo Especial que examine la controversia planteada, lo más probable es que las pretensiones de la tiranía chavista sean declaradas improcedentes por el Órgano de Solución de Diferencias.  

 

*Esta es una versión resumida de un texto más amplio.

domingo, 11 de abril de 2021

LA INTEGRACION LATINOAMERICANA Y EL PROFESOR ELIAS PINO 

 

Canta la música tuya, que yo cantaré la mía

Willie Colon 

 

Semanas atrás, el historiador Elías Pino Iturrieta puso sobre la mesa el tema de la unidad/identidad latinoamericana vinculada a la integración, el cual, por cierto, no ha sido muy debatido entre los especialistas sobre la materia.

Como se sabe, aquella ha sido tratada en nuestra región, principalmente, desde el ángulo económico-comercial, dando por descontado que existe una homogeneidad de base entre los países de América Latina, derivada de la cultura y lengua heredadas de su pasado colonial, todo lo cual sería el soporte esencial para levantar el proyecto integrador de nuestros países.

Así, alrededor de la idea de la unión y/o integración de “Nuestra América” (José Martí dixit) - para contrastarla con la otra, la anglosajona del Norte- se fue creando una suerte de culto cuasi-religioso, de una mitología.

El árbol genealógico de esa unión hundiría sus raíces en Viscardo y Guzmán, Miranda y Bolívar. Creció con Torres Caicedo, Arosemena, Bilbao y Alberdi, y se potencia con Rodó y Vasconcelos, entre otros personajes de nuestra historia, cuyas ideas dieron a luz el llamado nacionalismo latinoamericano en sus distintas versiones, del que se nutren pensadores y políticos posteriores, desde la derecha más rancia a la izquierda más extrema. 

Para tal culto, quien no comulgara con ese ideario, sería poco menos que un latinoamericano descastado, que no honraría debidamente el legado que nos habrían dejado los próceres de esa ‘Patria Grande’; particularmente, el general Bolívar, con su fallido intento en el Congreso Anfictiónico  de Panamá y el fracaso de su proyecto más querido: la Gran Colombia.

El artículo de Pino se titula ‘La fantasía de la Integración Latinoamericana’ (La Gran Aldea, 21/2/2021). Título, sin duda, que habrá escandalizado a más de uno, no solo en nuestro patio.

Pino arranca diciendo que la Integración latinoamericana es una quimera, que la “América toda” no existe en nación, como dice nuestro Himno Nacional. Que ese sentimiento de unión proclamado desde siempre, no ha existido jamás. Que lo de que formamos “una parentela de pueblos unidos” no es más que pamplinas. Y muestra de esa desunión serían las reacciones xenofóbicas hacia la migración venezolana.

Para apoyar sus afirmaciones, el historiador acude, en primer lugar, al argumento geográfico. No pueden integrarse países cuyas precaria y/o inexistentes vías de comunicación han impedido la creación de una comunidad de naciones. A tales obstáculos se uniría el problema de las demarcaciones territoriales y las rivalidades. Animadversión y subestimación hacia el vecino, las maneras de hablar diferenciándonos y poniéndonos en guardia frente al otro.

Dice Pino que “el territorio que terminaremos llamando Hispanoamérica, o América Latina, no será el resultado de una historia común, sino de la evolución de una diversidad de historias que deben influir en la posteridad pese a que las vistamos con un solo uniforme desinteresado y patriótico.”  Que con excepciones, “cada país se limita a desarrollar la memoria de los suyos”.

Al final, Pino admite que lo planteado por él requiere de mayor elaboración, y que está formulado a partir de las reacciones ante la diáspora venezolana.

No he resistido a comentar el texto en cuestión; en mi caso, por haber estado ligado al asunto unos cuantos años.

Es posible que hace 60 o más años, la estrategia de una integración comercial estrictamente latinoamericana no haya sido una idea descabellada, a pesar de los múltiples obstáculos, sin duda, presentes entonces, los cuales, por cierto, no todos son exclusivamente atribuibles a la realidad y dinámica internas de nuestros países, a pesar de que en éstos podemos encontrar las causas principales. El desarrollo económico de la región y su relacionamiento externo, con sus matices, no puede soslayarse a la hora del análisis, más allá de ciertos axiomas contradichos por la realidad de los muy famosos “dependentólogos”.

El resultado no satisfactorio de la integración en nuestra región no es ajeno a la inmadurez de nuestros países, a sus gobernantes, a las políticas adelantadas y las ideologías predominantes. Socialdemócratas, democratacristianos e incluso liberales compartían enfoques respecto de este asunto. No olvidemos que la CEPAL, a cuya cabeza estuvo el argentino Raul Prebisch, hizo su trabajo de convencimiento de las élites. La estrategia cepaliana la adornaron los políticos, precisamente, con la retórica que remachaba la hermandad latinoamericana como mandato sagrado de los próceres.

No obstante, nuestros regímenes de integración parecieran tener una significación distinta para cada uno de los miembros que los conforman. La pertenencia a ellos, estaría dictada por razones geopolíticas o por la mera conveniencia diplomática de no ser mal vistos o aislados, no necesariamente por las ventajas económicas que puedan reportarles.

Acompaño a Pino en que la tal nación no existe en nuestro continente a pesar de las afinidades y experiencias compartidas. América  Latina no es un todo indiferenciado. Esa identidad colectiva no es cierta.La “uniformidad esencial”, atemporal e inmutable de la que algunos hablan no está por ningún lado, a pesar de lo que decía Bolívar de que “en todo hemos tenido perfecta unidad”. En cualquier caso, si bien esto no ha sido así, hoy en el nivel de un mundo globalizado, las fronteras lingüísticas, culturales, económicas, sociales y políticas se han ido disolviendo.

Todo ello, sin embargo, no invalida la estrategia integracionista y su conveniencia, sobre todo, en un entorno en que la interdependencia se ha profundizado, gracias a la creciente porosidad entre las regiones y fronteras nacionales del planeta, a pesar de nacionalismos trasnochados que emergen de vez en cuando y de las contramarchas y ralentizaciones episódicas de aquella.

La geografía no es más un limitante, y las rivalidades y “la diversidad de historias”, presentes en nuestro hemisferio ayer y hoy, siendo impedimentos, no son, empero, insuperables para el intercambio mercantil y el flujo de las inversiones, para lograr una mayor integración al mundo y al hemisferio, en definitiva.  

La integración concebida a mediados del siglo pasado, dejó  de tener pertinencia. No se trata solo de un problema de barreras arancelarias, sino más bien de producciones conjuntas y de libre circulación de inversiones.

Aquel modelo de integración empujado por los mitos de una presunta unión inmanente latinoamericana, pasó a mejor vida. La crisis actual de ese modelo tiene que ver con su inadecuación a los nuevos tiempos. Y los estancamientos y ralentizaciones que experimentan, no se curarán con proclamas voluntaristas aludiendo a esa monserga alrededor de una extraviada “Patria grande”, sino con políticas que se ajusten a las nuevas realidades de un mundo en intensa interconexión, visiones endógenas aparte.  

La integración es un asunto pragmático en la nueva era global. Los latinoamericanos, en la medida de sus conveniencias y posibilidades, deben abrirse aux quatre vents, como ya de hecho ocurre.

Los impulsos xenofóbicos hacia nuestros compatriotas, expresión  repudiable de lo que algunos llaman “fronteras emocionales” o “sentimientos tribales”, conspiran, sin duda, contra la integración, pero tampoco son cortapisas infranqueables.     

 

viernes, 5 de febrero de 2021

 EL MITO DE LA UNIDAD OPOSITORA

EN VENEZUELA

 

En el complejo escenario político que vive Venezuela, son unos cuantos los puntos en intenso debate.

Por los medios oímos voces aquí y allá que cuestionan que no se hable de política, de estrategias y de que solo haya silencio en la dirigencia de los partidos políticos.

Lo cierto es que posiciones contrapuestas y no coincidentes, a la chita callando, abundan entre los sectores democráticos acerca de cómo salir del atolladero dramático en que nos encontramos. Unos hablan de “volver al voto”, como si el pueblo venezolano “se hubiera ido” del voto, y no haya sido la tiranía la que lo vació de contenido, lo esterilizó y convirtió en ineficaz para el cambio político. Otros plantean acuerdos nacionales tan genéricos como fantasiosos, y los de más allá, una negociación que sea cierta, con los usurpadores. No faltan lo que plantean postergar lo político y concentrarse en los males que sufre la población y en la recuperación económica, así sea bajo las condiciones impuestas por la tiranía.   

Así, soterradamente, entre amigos, en las ONGs, por las redes sociales y en la prensa libre que sobrevive, se opina, discute, se redactan documentos y se lanzan comunicados sobre cómo salir del desastre creado por 22 años de autoritarismo, incompetencia, corrupción y de una ideología demencial.

A diario recibimos invitaciones para reuniones a distancia para conversar sobre el qué hacer. Analistas, políticos, empresarios y dirigentes activos de la sociedad civil, intercambian ideas, formulan críticas y hacen propuestas.

Además del sempiterno asunto de la necesidad de la definición de una estrategia, no deja de relucir el tema de la unidad entre los que se oponen a la tiranía chavo-madurista, como problema fundamental o principal, sin la cual, según mucho opinadores, cualquier estrategia que se adopte no tendría éxito.

Este es, sin duda, un asunto sobre el que quizás haya que reflexionar, más allá del lugar común superficial, suerte de demiurgo, de que en la unión está la fuerza.

Y cabe preguntarse si es condición sine qua non la tan manoseada unidad para salir de la tiranía.

¿Es realmente ése el problema principal a resolver?

¿O será otro, más bien, el problema?

Y sí, visto lo visto, me temo que la cuestión primordial pareciera estar en otro lugar. 

No es un secreto que en la oposición democrática venezolana hay visiones encontradas y que hay liderazgos en pugna, lo cual no es tan negativo del todo. Por lo demás, es una circunstancia presente y normal en todo proceso político. Hay, por tanto, y debe reconocerse como dato incontrovertible, la desunión en puntos sustantivos.

Que nos une el deseo de sacar de una vez por todas, a los tiranos, de Miraflores, pues sí. Pero, obviamente, eso no parece que bastara.

De allí que para que haya la tan cacareada unidad, luce como paso previo una validación de un liderazgo o un líder, que señale el rumbo a seguir de manera clara y convincente, que establezca una fuerte conexión con las mayorías ansiosas de urgente cambio y concite un amplio respaldo.

Mientras los dirigentes políticos no sean percibidos en el país por su lucidez, honestidad, capacidad de persuasión, cercanía a los problemas más sentidos y también la valentía, unirse por unirse no servirá de nada. 

No puede ser la única razón de la unión la de que nos oponemos a la tiranía, o porque seguimos el manido dicho de que la fuerza está en la unidad. Ese frágil lazo no garantiza que el objetivo común se alcance. La tragedia nacional se prolongará sí es ésa unión artificial y no un liderazgo aceptado ampliamente, lo que consideramos como indispensable.

La unidad, siendo un asunto de importancia, no es el problema principal, ni determinante, en este rompecabezas en que se ha convertido la crisis venezolana. La unidad será la secuela, el subproducto, de un liderazgo que con una política, una estrategia y una organización, logre, sobre todo, el apoyo mayoritario del pueblo, y también el del conjunto de las fuerzas políticas, señalando el curso que debe seguirse en lo sucesivo. Un liderazgo indiscutible e inequívoco es igualmente determinante para que los apoyos internacionales se mantengan y amplíen.  

La unidad, claro que sí, pero ella vendrá por añadidura en torno a la propuesta que pongan en ejecución el líder y/o el liderazgo, validada en la práctica por la mayoría de los ciudadanos.  

 

viernes, 22 de enero de 2021

CARLOS RANGEL, CONCIENCIA VIVA

 

“¿Por qué la gran mayoría de los intelectuales latinoamericanos

 hicieron suya, sin reservas, en el siglo XX, la causa del marxismo

 y sus derivaciones tercermundistas? ¿Por qué han asumido como

posición de avanzada los dogmas de dicho pensamiento?

 

                          Plinio Apuleyo Mendoza

 

Años atrás, retomé la lectura de ese extraordinario y agudo pensador venezolano que fue Carlos Rangel, con ocasión de un ensayo que escribía sobre las relaciones comerciales hemisféricas.

Sin duda, era obligada consulta, particularmente, en el asunto de los vínculos de EE.UU con Latinoamérica, los desencuentros y animosidades entre ellos, los contrastes en los niveles de desarrollo y sus causas, entre otros temas.  

Evocaba lo que él decía acerca del exitoso recorrido de EEUU y lo que representaba como “escándalo humillante para la otra América”, la cual no daba al mundo, ni se daba a sí misma una explicación de su relativo fracaso; de allí que con el tiempo se comenzara a racionalizar y a atribuir su situación de rezago y carencias a aquel país convertido en gran potencia.

Su reflexión acerca de Latinoamérica es esclarecedora. Señalaba los mitos políticos y económicos que han distorsionado y desviado el análisis de las causas de los problemas de nuestras naciones. Las observaciones certeras de este intelectual sobre el antiamericanismo y el tercermundismo, dos creencias-ideologías que han contaminado la opinión y la ejecutoria de muchos políticos y gobernantes latinoamericanos, aún hoy no parecen ser comprendidas por nuestras élites. Esa visión equivocada fue desmontada admirablemente por Rangel, pero sigue siendo causa de la reincidencia en los mismos errores.

A Rangel lo había leído por allá lejos, recién egresado de las aulas universitarias, en su célebre texto Del Buen Salvaje al Buen Revolucionario, que fue, como era de esperarse, blanco de ataque de la izquierda marxista de entonces. Más tarde leí su libro El Tercermundismo, en el que demuele toda esa faramalla retórica llena de mitos, mentiras y medias verdades, que, por cierto, Hanna Arendt, calificó de ideología.

Debo confesar que la real dimensión, el alcance de su visión, no la capté del todo entonces, aunque no se me escapaba la lucidez y la solidez de argumentos que mostraba.

En días pasados, la escritora Milagros Socorro publicó un oportuno artículo en el que recuerda los planteamientos premonitorios que formuló Rangel, lo cual me da pie para reiterar las ideas de éste respecto de cómo la visión tercermundista ha repercutido negativamente en nuestro comportamiento económico, y de la que los venezolanos tenemos amargas pruebas en los últimos 22 años.

El tercermundismo es un concepto acuñado por el economista francés Alfred Sauvy, que utilizó para designar al conjunto de los nuevos estados independientes, antiguas colonias europeas. Según él, a ese Tercer Mundo, “explotado y olvidado y despreciado” a semejanza del Tercer Estado de la Revolución francesa, no le prestaban atención ni el mundo capitalista, el primer mundo, ni el comunista, el segundo.

Por muchas décadas, la noción logró cautivar a intelectuales y hombres públicos, incluso, más allá del ámbito de la izquierda política. A sus propuestas básicas se engancharon un número significativo de políticos moderados en nuestro continente, y ellas tuvieron eco en las ideas sobre las relaciones internacionales.   

Sobre ese asunto, Rangel nos entregó una lúcida reflexión, en la que desmonta los fallos de una ideología, marxista en el fondo, que escamotea la verdad sobre las causas de los males que aquejan a los países en vías de desarrollo o emergentes. Así, los ideólogos del tercermundismo han pretendido convencernos de que el capitalismo sería la causa directa y fundamental de la situación de minusvalía política y económica de los países más pobres.

Dice Rangel que para el tercermundismolos cargos contra el capitalismo y su influencia en el Tercer Mundo son, en síntesis, que la condición de los países pobres es hoy peor de lo que nunca antes había sido, y que ésa pérdida de una supuesta beatitud anterior es enteramente debida al rol de complementariedad que los países ´imperialistas´, es decir, los países capitalistas avanzados, han impuesto a los ´países proletarios´. En otras palabras, el mundo desarrollado es rico porque el mundo subdesarrollado es pobre, y viceversa”.

De este modo, el subdesarrollo de los países de la periferia capitalista se debe exclusivamente a relaciones de dominación-dependencia política y económica que ha ejercido el imperialismo,y no al papel de los factores internos de los países. En consecuencia, estos países, para poder crecer y desarrollarse, deberán romper los lazos de dominación-dependencia, y emprender la senda del socialismo revolucionario, como dirían algunos dependentistas.

En el prólogo del libro, Jean François Revel observa, certero, sobre el papel de la izquierda en la difusión mundial de esta ideología.  Señala que la izquierda en los países ricos “ha trasladado al Tercermundismo su imaginación ideológica y su sed de culpabilidad, fuentes de su deseo de omnipotencia eterna. Pero esa imaginación y esa sed, lo mismo que hasta hace poco la ilusión comunista, no se originan en ninguna preocupación por curar, en la práctica, la pobreza en el mundo.  El objetivo del tercermundismo es acusar, y si fuere posible, destruir las sociedades desarrolladas, no desarrollar las atrasadas. Un éxito específico contra el subdesarrollo implicaría una revisión dolorosa de lo esencial de la ideología tercermundista.

Rangel estaba muy claro en este tema. Valientemente se enfrentó a la corriente predominante que no solo incluía a la izquierda política. Para algunos políticos, incluso hoy, sigue siendo un ideario inspirador.

El término tercermundismo se mantiene en la retórica política, a pesar de que las circunstancias que dieron lugar a la expresión desaparecieron en gran parte, despojándola de sentido. Los fundamentos que  explicaban la existencia de esta categoría de países han sido refutados por los hechos.

Tal visión quedó para los discursos de los populistas y demagogos de todo pelaje. Con ella, en lugar de ayudar a los países en desarrollo a superar sus problemas, los han hundido más en la pobreza; verbigracia, Eduardo Galeano con su libro Las venas abiertas de América Latina, del cual él mismo admitió la inconsistencia de sus fundamentos económicos.

Carlos Rangel, también tempranamente, pudo adelantarse en el cuestionamiento de esa monserga tóxica, o como diría Octavio Paz, de esos “velos que interceptan y desfiguran la percepción de la realidad”, que nos han mantenido en el rezago en términos de desarrollo político, institucional y económico, mientras muchos países emergentes, supuestamente condenados al subdesarrollo por el Imperialismo capitalista,  han avanzado reduciendo la pobreza y alcanzado altas y/o medianas cotas de bienestar colectivo.

Carlos Rangel: pensamiento vivo, conciencia viva.


Emilio Nouel V.