viernes, 24 de mayo de 2019


VENEZUELA: UN CALDO MORADO



En Venezuela, se dice que cuando en un problema se inmiscuye mucha gente, el “caldo” se puede poner morado, es decir, se complica o empeora.

En el “caldo” de la ya larga y penosa crisis venezolana se ha envuelto medio mundo, sin que eso signifique, por supuesto, que seamos o nos hayamos convertido en el ombligo del planeta, aunque sí, en un actor perturbador del entorno más cercano y con un potencial para generar desestabilización.

La Unión Europea, EE.UU, el Grupo de Lima, las Naciones Unidas, la OEA, El Vaticano, rusos, chinos, noruegos, cubanos, iraníes, premios Nobel, analistas, cantantes populares, el ELN, Hezbolah y pare usted de contar, han tenido que ver con la crisis venezolana.

Visto lo visto, alguien podría decir que efectivamente el “caldo” Venezuela se ha tornado morado, porque en lugar de encaminarnos hacia una solución de nuestra tragedia, todo se ha enmarañado más y no terminamos de ver claramente la salida y cuánto tiempo nos tomará llegar a ella, a pesar de que tengamos la certeza de que el proyecto demencial chavista ya está cancelado.

Y el enredo se ha hecho mayor, no solo porque mucha gente se interese en nosotros, lo cual está muy bien y debe agradecerse, sino porque se ha vuelto muy complicado conseguir un remedio viable, consensuado y definitivo, habida cuenta de tantas visiones y propuestas sobre la mesa tanto a lo interno como en el ámbito internacional.

Ciertamente, son variopintos los intereses en juego. Y las prioridades también. No son los mismos ritmos, situaciones y urgencias los que tienen países como Colombia o Perú respecto de Venezuela que los de España o Noruega. Nuestra prisa angustiosa por salir de esta calamidad no la tienen los demás.

Son, igualmente, diferentes las visiones del problema y de su posible arreglo.

Estos desencuentros o divergencias  internacionales perjudican, obviamente, y en primer lugar, a los millones de venezolanos que padecemos a diario penurias materiales y anímicas inimaginables, cada día más graves.  

Resulta irrebatible que todo este embrollo angustioso requerirá en algún momento de una negociación entre las partes enfrentadas. Un entendimiento pacifico es lo deseable, aunque albergamos muchas dudas de que el gobierno usurpador, o parte de él, quiera concretar uno. Tiene mucho que perder y temer.

Lo que no se presenta claro es el tiempo que exigirá, y es este un factor muy importante, quizás decisivo, no desdeñable, que debe tenerse muy en cuenta. Pues de prolongarse nuestra crisis podría ella desembocar en una explosión social de consecuencias catastróficas para todos, incluidos países del hemisferio.

¿Están conscientes de ello todos los factores internacionales que han metido su mano en nuestro problema?  ¿Les permiten sus prioridades y urgencias particulares ver las nuestras?

¿Se han inteligenciado respecto de una solución? ¿El Grupo de Lima y la OEA, por lado, y el Grupo de Contacto europeo, por el otro, están en coordinación?

¿EE.UU y el Grupo de Lima van de la mano? ¿Los noruegos y el G. de Contacto están conectados?  ¿Todos están remando hacia una misma solución y con iguales herramientas?

A ratos pareciera que las respuestas a esas interrogantes son negativas, y eso constituye motivo de enorme preocupación para el ciudadano de a pie que no está al tanto de saber cómo se bate el cobre en esas instancias.

Porque si bien los principales señalados para resolver nuestro problema son los venezolanos, el acompañamiento de la Comunidad Internacional es indispensable. La lucha política interna es marcadamente asimétrica. Los sectores democráticos enfrentan una tiranía corrupta e inescrupulosa. El Estado está al servicio de una camarilla militar-civil que se vale de cualquier método para perseguir, acosar, encarcelar y torturar a quienes se le oponen.

Esta lucha desigual requiere ser equilibrada y el contrapeso es, sin duda, la Comunidad Internacional democrática, que afortunadamente se ha colocado al lado de los que quieren reestablecer la democracia venezolana.    

De allí que al ciudadano venezolano atribulado le  preocupe sobremanera que esa Comunidad no actúe siempre coherentemente.  Hay que reconocer que a ella le debemos mucho. Nuestros avances internos en el proceso de recuperación de las libertades no se hubieran logrado sin su participación y apoyo.   

Quizás sea conveniente este llamado de atención, que no excluye el que hacemos igualmente a los sectores democráticos venezolanos, en el sentido de que mantengan y fortalezcan su unidad, y robustezcan los lazos con los actores que en el ámbito externo nos han apoyado.

Ojalá que el caldo no se ponga más morado.  




viernes, 17 de mayo de 2019


VENEZUELA: HORROR REPRESOR, FRACTURA CHAVISTA  Y ESPERANZAS



A la tiranía militar-civil chavista ya no le importa aparentar, ni esconder sus tropelías. Hoy, de manera abierta, secuestra, desaparece y tortura a quienes se oponen a ella. Sabe que su proyecto político demencial está cancelado y solo le queda aferrarse al poder a toda costa.   

La ola represiva que se ha precipitado sobre Venezuela no tiene precedentes en nuestro país. Sólo es comparable con las feroces dictaduras del Cono Sur de otros tiempos. Los confusos acontecimientos del 30 de Abril y el 1º de Mayo han traído consigo una persecución salvaje de los políticos democráticos.

32 diputados son agredidos, acosados y su inmunidad es allanada por un Tribunal Supremo de rodillas ante el poder, que continua violando flagrantemente la Constitución.  Hay 857 presos políticos.  

Los relatos de los detenidos son espeluznantes y sobrecogedores. La saña de los esbirros llena de indignación a cualquiera. Los desafueros campean sin que ninguna autoridad les ponga freno.  

El debido proceso no existe. Las garantías básicas de cualquier detenido, desconocidas. Las leyes son letra muerta. Los funcionarios policiales y militares no tienen límites en sus desmanes. La tortura a los opositores del régimen es el pan de cada día. 

La obsecuencia de los jueces ante la tiranía es pasmosa; su frialdad y perversidad en las decisiones tomadas nos deja perplejos. Son la mayor deshonra de la profesión del Derecho. Las denuncias que los detenidos formulan contra los atropellos de sus captores, no las toman en cuenta, ni se dejan constancia de ellas en los expedientes. Las sentencias no se sustentan en evidencia real alguna. Es el imperio de la ilegalidad.

El gobierno apenas tiene un respaldo de 10 % de la población, según las encuestas. El venezolano pasó de comer 22 kilos de carne al año, a 2,7 kilos en este primer cuatrimestre del año. La producción de petróleo está en 500 mil barriles diarios, menos de un sexto de la cantidad a la llegada del chavismo. La refinería de Cardón dejó de refinar. La actividad económica privada continúa su derrumbe. La emergencia humanitaria se agudiza y una nueva ola migratoria toma impulso.

La Comunidad Internacional, con sus distintos matices respecto de cómo resolver la crisis venezolana, incrementa gestiones diplomáticas en la búsqueda de una solución que a ratos parece alejarse en el tiempo. Los ritmos de ella no se compadecen con las urgencias de los desesperados venezolanos. Ya hay contactos que esperamos conduzcan a una negociación creíble a la brevedad posible.

El gobierno usurpador, presa de enfrentamientos y traiciones a su interior, no tiene un centro único de poder. Sin embargo, se mantiene en pie gracias al uso de la fuerza. El episodio de Abril mostró la profunda fractura que experimenta el poder chavista, sobre todo, en sus mandos militares. Sin embargo, estas fisuras internas no dejan de ser un problema a la hora de una eventual negociación.  

No obstante, y a pesar del recurrente desaliento que aflora en la población al no ver resultados definitivos, el balance que podemos hacer es favorable para los sectores democráticos y su propósito de reestablecer las libertades. En pocos meses se han alcanzado objetivos políticos importantes, dentro y fuera del país. Hay razones palpables para la esperanza. La Unidad de las fuerzas democráticas en torno a su representación popular encabezada por Juan Guaidó es la garantía del triunfo.