VENEZUELA: UN CALDO MORADO
En Venezuela, se dice que cuando en un problema se inmiscuye
mucha gente, el “caldo” se puede poner morado, es decir, se complica o empeora.
En el “caldo” de la ya larga y penosa crisis venezolana se ha
envuelto medio mundo, sin que eso signifique, por supuesto, que seamos o nos
hayamos convertido en el ombligo del planeta, aunque sí, en un actor perturbador
del entorno más cercano y con un potencial para generar desestabilización.
La Unión Europea, EE.UU, el Grupo de Lima, las Naciones
Unidas, la OEA, El Vaticano, rusos, chinos, noruegos, cubanos, iraníes, premios
Nobel, analistas, cantantes populares, el ELN, Hezbolah y pare usted de contar,
han tenido que ver con la crisis venezolana.
Visto lo visto, alguien podría decir que efectivamente el “caldo”
Venezuela se ha tornado morado, porque en lugar de encaminarnos hacia una
solución de nuestra tragedia, todo se ha enmarañado más y no terminamos de ver
claramente la salida y cuánto tiempo nos tomará llegar a ella, a pesar de que tengamos
la certeza de que el proyecto demencial chavista ya está cancelado.
Y el enredo se ha hecho mayor, no solo porque mucha gente se
interese en nosotros, lo cual está muy bien y debe agradecerse, sino porque se
ha vuelto muy complicado conseguir un remedio viable, consensuado y definitivo,
habida cuenta de tantas visiones y propuestas sobre la mesa tanto a lo interno
como en el ámbito internacional.
Ciertamente, son variopintos los intereses en juego. Y las
prioridades también. No son los mismos ritmos, situaciones y urgencias los que
tienen países como Colombia o Perú respecto de Venezuela que los de España o
Noruega. Nuestra prisa angustiosa por salir de esta calamidad no la tienen los
demás.
Son, igualmente, diferentes las visiones del problema y de su
posible arreglo.
Estos desencuentros o divergencias internacionales perjudican, obviamente, y en
primer lugar, a los millones de venezolanos que padecemos a diario penurias
materiales y anímicas inimaginables, cada día más graves.
Resulta irrebatible que todo este embrollo angustioso
requerirá en algún momento de una negociación entre las partes enfrentadas. Un
entendimiento pacifico es lo deseable, aunque albergamos muchas dudas de que el
gobierno usurpador, o parte de él, quiera concretar uno. Tiene mucho que perder
y temer.
Lo que no se presenta claro es el tiempo que exigirá, y es
este un factor muy importante, quizás decisivo, no desdeñable, que debe tenerse
muy en cuenta. Pues de prolongarse nuestra crisis podría ella desembocar en una
explosión social de consecuencias catastróficas para todos, incluidos países del
hemisferio.
¿Están conscientes de ello todos los factores internacionales
que han metido su mano en nuestro problema? ¿Les permiten sus prioridades y urgencias
particulares ver las nuestras?
¿Se han inteligenciado respecto de una solución? ¿El Grupo de
Lima y la OEA, por lado, y el Grupo de Contacto europeo, por el otro, están en
coordinación?
¿EE.UU y el Grupo de Lima van de la mano? ¿Los noruegos y el
G. de Contacto están conectados? ¿Todos
están remando hacia una misma solución y con iguales herramientas?
A ratos pareciera que las respuestas a esas interrogantes son
negativas, y eso constituye motivo de enorme preocupación para el ciudadano de
a pie que no está al tanto de saber cómo se bate el cobre en esas instancias.
Porque si bien los principales señalados para resolver
nuestro problema son los venezolanos, el acompañamiento de la Comunidad Internacional
es indispensable. La lucha política interna es marcadamente asimétrica. Los
sectores democráticos enfrentan una tiranía corrupta e inescrupulosa. El Estado
está al servicio de una camarilla militar-civil que se vale de cualquier método
para perseguir, acosar, encarcelar y torturar a quienes se le oponen.
Esta lucha desigual requiere ser equilibrada y el contrapeso
es, sin duda, la Comunidad Internacional democrática, que afortunadamente se ha
colocado al lado de los que quieren reestablecer la democracia venezolana.
De allí que al ciudadano venezolano atribulado le preocupe sobremanera que esa Comunidad no actúe
siempre coherentemente. Hay que
reconocer que a ella le debemos mucho. Nuestros avances internos en el proceso
de recuperación de las libertades no se hubieran logrado sin su participación y
apoyo.
Quizás sea conveniente este llamado de atención, que no
excluye el que hacemos igualmente a los sectores democráticos venezolanos, en
el sentido de que mantengan y fortalezcan su unidad, y robustezcan los lazos
con los actores que en el ámbito externo nos han apoyado.
Ojalá que el caldo no se ponga más morado.