EL VATICANO Y LA CRISIS
VENEZOLANA
Contra Jorge Bergoglio, el papa
Francisco, se ha desatado un rechazo y agria condena en Venezuela y otros
países, por la posición presuntamente neutral que habría asumido como cabeza
del Vaticano respecto de la crisis de este país.
Se le acusa de ponerse al lado de la
tiranía venezolana al no tomar partido de manera inequívoca por los que
combaten al régimen político opresor. No pocos le han echado en cara las
palabras que el clérigo sudafricano Desmond Tutu habría dicho acerca de que
mantenerse en la neutralidad frente a la injusticia, es escoger del lado del
opresor. Hasta se le llama, erróneamente a mi juicio, comunista.
Creo, sin embargo, que se exagera.
No comparto con Bergoglio algunas de sus
opiniones sobre el tema económico, para mi tiene un pensamiento anacrónico. Y
en lo religioso no me meto porque desde mi agnosticismo, esos debates no me
entusiasman mucho.
Pero más allá de la situación concreta
venezolana, del pensamiento político-ideológico de Francisco, de su talante
jesuítico (Ver mi artículo “Bergoglio, el bolchevique”) y de su
particular carácter personal, él forma parte de una institución milenaria que
se ha conducido de cara a múltiples situaciones históricas, políticas y de
distinta naturaleza, no siempre desde una perspectiva estrictamente religiosa o
moral. Con la política, sobre todo europea, la iglesia católica ha tenido que
ver por muchos siglos. Los asuntos de Dios y del Poder siempre estuvieron
mezclados.
Para bien o para mal, el papado tiene su
historia, y en muchos casos, no muy santa. Y esto hay que rememorarlo a pesar
de que a algunos “católicos, apostólicos y romanos” no les resulte
simpático tal recordatorio.
El Vaticano ha tenido que aliarse,
adaptarse o enfrentarse al poder político, y para ello ha debido proceder
políticamente. Y el caso venezolano actual no va a ser la excepción.
De allí que valorar su posición frente al
tema de Venezuela, en particular, la declaración emitida por el cardenal
Parolin de que se quiere ser “neutral positivo” en esta crisis,
haya que verla desde aquella tradición de siglos y no solo desde el ángulo de
la religión.
No obstante, resulta oportuno evocar la
primera vez que un papa habló en la Asamblea de las Naciones Unidas. Fue en
Octubre de 1965, y allí Paulo VI anunciaba solemnemente la voluntad pontificia
de cooperar al establecimiento de una comunidad internacional en la que el
Vaticano debía ser un mediador internacional. Se iniciaba así un nuevo
curso en la diplomacia vaticana, con una óptica distinta, aunque la institución
mantenía sus “alianzas” con algunas potencias mundiales.
Con la llegada de Bergoglio al
pontificado, según Thomas Tanasse, un reconocido historiador europeo especializado
en el papado, se comienza a producir “un redespliegue mundial de una iglesia
católica cada vez más extra-europea”. Lo cual significa que ella se
globaliza aceleradamente más allá de su entorno original; se habría ido ahora
más al Sur, con alguien que tiene otra procedencia geográfica, que conoce más
de cerca los problemas de otras latitudes, con una visión menos conservadora.
Es un papa que viene de un mundo en el que
se vive el catolicismo de otra manera, con ciertas peculiaridades. También es
un cura crítico del liberalismo capitalista, a diferencia de otros. Podríamos
decir que en ciertos asuntos es izquierdoso.
La Evangelii Gaudium (2013) es prueba fehaciente de eso.
Bergoglio se ha abierto a relaciones
internacionales y diplomáticas no sólo en el campo religioso, frente a otras
creencias. Ha tomado posiciones ante problemas como el muy grave de las
migraciones hacia Europa, lo cual le ha enfrentado a países mayoritariamente
católicos (Hungría, Polonia, por ejemplo), sin mencionar el problema al
interior de la Iglesia respecto de los abusos sexuales.
Yo entiendo que de cara a nuestra
situación específica, el Vaticano ha optado por permanecer “neutral” para que
en caso de que lo llamen a mediar, tenga la autoridad moral como tal y no ser
acusado de partidario de un sector. Como sabemos, todo mediador debe ser un
sujeto que debe mantener la equidistancia entre dos partes enfrentadas, aunque
en el fondo tenga sus simpatías por una de ellas. De allí que ésa sea su
apuesta en este asunto.
Si el Vaticano toma partido,
automáticamente queda descalificado para ejercer aquel rol.
¿Los creyentes católicos venezolanos que lo critican hoy quieren que el papa asuma sin ambages el lado de las fuerzas democráticas venezolanas y no contribuya a buscar salidas negociadas? ¿Prefieren los creyentes que el papa no se inmiscuya en estos problemas y se retire a los menesteres propios de su fe?
¿Los creyentes católicos venezolanos que lo critican hoy quieren que el papa asuma sin ambages el lado de las fuerzas democráticas venezolanas y no contribuya a buscar salidas negociadas? ¿Prefieren los creyentes que el papa no se inmiscuya en estos problemas y se retire a los menesteres propios de su fe?
¿Es eso lo que quieren los que lo atacan
mediante declaraciones, artículos y por las redes? Si esto es así, entonces
urge conseguir otro mediador, porque si aspiramos a salir de la calamidad que
nos agobia de forma pacífica, al fin del camino, vamos a tener que negociar, y
en estas situaciones los mediadores son importantes. ¿Cuáles serían los más
adecuados candidatos a mediador entonces? Si los tenemos, habrá que proponerlos
sin dilación, si no se admite a la Iglesia de Roma.
Obviamente, la mediación se impone sólo si
creemos y queremos que la crisis se solucione de manera incruenta. De lo
contrario, ya se sabe cómo se resuelven estos problemas.
Pero lo que si queda claro es que el
Estado Vaticano, históricamente, ha mostrado que tiene sus intereses,
políticas, formas, motivaciones, conveniencias, ritmos y posiciones, que no
siempre coinciden con las posturas morales o políticas que puedan sostener sus
feligreses en el mundo, o en un caso concreto, como es la crisis venezolana.
EMILIO NOUEL V.
PD: Se ha conocido después de escribir las
líneas anteriores que Francisco envió una carta a Maduro, en la que no se
dirige a él como presidente y le reprocha no haber cumplido con su palabra en
anterior ocasión de diálogo/negociación. ¿Qué aporta ese hecho al análisis? El
lector tiene la palabra.
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