Duros, muy duros, han sido estos últimos 20 años para los
venezolanos todos y particularmente para aquellos que tuvimos desde el
principio de la tragedia que vivimos hoy, el incierto y nebuloso presentimiento
de que lo que podía venírsenos encima, si ganaba Chavez, era una catástrofe sin
precedentes.
Sin embargo, éramos entonces optimistas, escépticos, es
verdad, pero aferrados a la idea de que se podía evitar lo peor.
Lamentablemente, se hizo realidad nuestra sospecha.
Teníamos claro que el grupo político que llegaba al poder
nada bueno traía; por eso hicimos lo que pudimos tener a nuestro alcance, la
palabra y el voto, para evitarlo.
Al lado de muchos, no logramos impedirlo y henos aquí hundidos
en este desastre social.
La dimensión del poder destructivo de la nueva clase en el
poder la desconocíamos. Pensábamos que quizás era posible neutralizarla,
derrotarla y retomar en poco tiempo la senda de nuestra imperfecta democrática,
siempre mejorable a pesar de los pesares.
Pero no fue así.
Visto lo visto, nos quedamos cortos, la barbarie que llegó a
Miraflores superó en mucho nuestras más negras expectativas. La ignorancia, la
incompetencia, una ideología mortífera y la perversidad más inauditas se
juntaron para alcanzar el horroroso resultado que conocemos.
Para todos, en lo personal, lo experimentado estos años
sombríos es un dolor nunca antes imaginable.
La partida en masa de seres queridos nos ha roto el alma. La pena
es profunda, no nos abandona, a pesar de que fuera del país aquellos pudieran
estar en mejores condiciones. A diario tal circunstancia nos martilla el
pensamiento, sacándonos más de un lamento, más de una lágrima amarga.
También, aquí, dentro de nuestro país, ver a nuestros jóvenes
en calles, colegios y universidades de cara a un entorno desesperanzador y sin
futuro, nos asaltan sentimientos en los que se mezclan el desconsuelo, la indignación
y la impotencia.
Vivimos con un nudo en la garganta perenne, que nos debilita
y agota día a día, por más que tratemos de sobreponernos e insuflarnos optimismo.
Lo que nos ha tocado vivir es ciertamente duro, más allá de
las restricciones materiales que unos más que otros padecemos.
Nunca pasó por nuestras cabezas que el actual horror social
lo presenciaríamos en un país con tan enorme potencial material y humano.
Solo nos queda desear con todas nuestras fuerzas que este
tormento diario que nos golpea de manera inclemente nos dé el impulso necesario
para vencer la formidable adversidad que nos agobia.
EMILIO NOUEL V.