“En mis pasos está mi patria del momento;
en mis acentos sabrán hallar a las demás.
Soy el relámpago que se vuelve infinito
para alumbrar el cielo de todas mis patrias.”
A.
PÉREZ ALENCART
A mí los nacionalismos me repugnan. Todos, sin excepción, tanto
los que llaman benignos o sanos como los agresivos. No puedo avenirme a ellos, de ambos
sospecho, de ninguno me fio. Me parecen nefastos estos atavismos, al igual que
las identidades colectivas que traen consigo los fanatismos laicos o
religiosos.
Stefan Zweig, con razón, hablaba de “la
bestia sarnosa del nacionalismo”. Y sin duda es un paso retrógrado en la
humanidad, y para rematar, causa de no pocos conflictos bélicos.
En esencia los distintos nacionalismos o patriotismos son lo
mismo, comparten naturaleza, es una cuestión de grados, los separa una línea
tenue. Se comienza con la perspectiva más inofensiva, más ligth, y al final se cae siempre en la más repudiable conducta
xenofóbica frente a “el otro”.
Me siento ciudadano del mundo, no sé si por mis genes o los
principios que me inculcaron en casa o los maestros que me tocaron en la vida.
Adonde quiera que he ido no me he sentido ajeno,
independientemente de ciertas reacciones o gestos, muy pocos, por cierto, con
los que me he topado.
Soy de los que se puede emocionar igual con un blues de Nina
Simone, un Camarón de la Isla cantando bulerías,
un golpe tocuyano de Pio Alvarado, un merengue de Juan Luis Guerra, un aria
de Verdi, una bossa nova de Vinicius de Moraes o una zamba argentina
interpretada por Mercedes Sosa.
He disfrutado igual leyendo a Sándor Marai como a Jorge
Amado, a Voltaire como a Bryce Echenique, a Hemingway o a Octavio Paz, a Borges,
Cadenas o a Moravia, a Amin Malouf o a Ruiz Zafón.
Es por ello que rechazo toda expresión nacionalista
irracional que pretenda execrar a una persona por el hecho de ser fuereño. Como
si tener un pasaporte determinado te ofreciera una patente de corso para
discriminar, ofender o no tolerar al supuestamente distinto a ti dentro de las
fronteras propias.
Este nacionalismo absurdo cuando es utilizado en la política
puede alcanzar las más altas cotas de aberración, y en la historia nos sobran
ejemplos racistas, etnicistas y militaristas.
Estas conductas se hacen aún más abominables cuando van
aderezadas con la crasa ignorancia de un funcionario público mediocre.
En los días que corren, el caso insólito de amedrentamiento
contra un periodista independiente como Cesar Miguel Rondón, es muestra clara
del intento de manipulación de los impulsos chauvinistas atávicos por parte del
gobierno.
Con la afirmación de “mexicano-venezolano”
que se formula contra el escritor y periodista, el gobierno trata de mover las
fibras xenofóbicas, como si de un venezolano "impuro" se tratara. “No es venezolano,
por tanto, no tiene derecho a decir lo
que dice”, es lo que el gobierno quisiera que compartiéramos con él, para
así, aborrecer al “extranjero” César
Miguel.
Si bien ya es grave la violación de un derecho humano
(libertad de expresión) de Rondón, no lo es menos el “desconocimiento” por
parte de una autoridad, de la verdadera nacionalidad de él, que tanto la
Constitución vigente cuando nació, como la actual, lo califican como venezolano
por nacimiento.
Obviamente, el funcionario, al no disponer de otro argumento
sólido, echa mano de un expediente espurio creyendo que eso pueda tener algún
efecto en la opinión pública a la hora de tomar una eventual medida arbitraria.
El nacionalismo patriotero es una peste. Y estoy consciente de
que decir esto es de lo más políticamente incorrecto.
El caso de Cesar Miguel no trata de eso, porque está claro
que es venezolano por los cuatro costados constitucionales.
En el fondo de este caso particular está la reiterada
conducta autoritaria y perversa de quienes nos gobiernan.
Pero también está la noción de nacionalismo, con base en la cual, situaciones aberrantes como la de marras, pueden tener cabida y hasta aceptación.
EMILIO NOUEL V.
@ENouelV
@ENouelV